martes, 29 de octubre de 2019
lunes, 28 de octubre de 2019
San Luciano de Antioquía, presbítero y mártir. 28 de Octubre
Nació Luciano nació en Samosata de Siria, en una familia cristiana que le enseñó la fe y el amor a las letras. A los 12 años quedó huérfano y Luciano dejó sus bienes a los pobres y se unió al presbítero Macario, en Edesa. Este presbítero continuó formándole en la fe y la Sagrada Escritura. A una fecha incierta, pero luego de15 años fue ordenado presbítero. Uno de los aportes principales de Luciano fue la apertura de su escuela antioquena para la traducción, estudio y predicación de las Escrituras. Él tradujo las copias existentes en hebreo al griego. Y con tanta erudición y acierto, que fueron las usadas posteriormente por San Jerónimo en su famosa traducción de "La Vulgata".
Nació Luciano nació en Samosata de Siria, en una familia cristiana que le enseñó la fe y el amor a las letras. A los 12 años quedó huérfano y Luciano dejó sus bienes a los pobres y se unió al presbítero Macario, en Edesa. Este presbítero continuó formándole en la fe y la Sagrada Escritura. A una fecha incierta, pero luego de15 años fue ordenado presbítero. Uno de los aportes principales de Luciano fue la apertura de su escuela antioquena para la traducción, estudio y predicación de las Escrituras. Él tradujo las copias existentes en hebreo al griego. Y con tanta erudición y acierto, que fueron las usadas posteriormente por San Jerónimo en su famosa traducción de "La Vulgata".
En la persecusión de Maximiano, Luciano fue escondido por algunos de sus
discípulos, pero un presbítero hereje sabeliano delató su escondite y el santo
fue arrestado y llevado a Nicomedia, donde fue sometido a la tortura del potro,
dislocándole los huesos para que renunciase a Cristo. Al mismo tiempo le
laceraban la espalda y los costados. Al ver que no se lograba nada con el
tormento, le arrojaron a una celda, colmado de dolores. Estuvo allí 14 días
padeciendo de hambre, aunque para tentarle le pusieron comida de la ofrecida a
los dioses, que ni siquiera miró. Al acercarse la solemne fiesta de la Epifanía
del Señor manifestó a sus hermanos de cautiverio cuanto le gustaría celebrar y
recibir la Eucaristía. Era difícil, pues ni siquiera podía ponerse en pie, ni había
altar. Pero Luciano les dijo: "Mi pecho será la mesa, que creo que no
será menos estimado de Dios que uno de material inanimado. Y vosotros seréis el
templo santo, estando a mi alrededor". Y allí, sobre el pecho del
mártir de Cristo, se celebró la Eucaristía, con los símbolos sagrados de pan y
vino. Pronunciaron la acción de gracias y fueron fortificados con el Pan de los
Ángeles.
El 7 de enero fueron los soldados enviados por Maximiano, para ver si
todavía vivía y arrancarle una confesión de apostasía. Pero Luciano les dijo
varias veces "yo soy cristiano", y murió dulcemente, en el año
312. El cuerpo fue arrojado al mar, pero 15 días después algunos discípulos
suyos le hallaron en la playa.
San Jerónimo le menciona
con emoción y San Juan Crisóstomo le dedicó un bello panegírico celebrando su
memoria el 7 de enero de 387, del que extraemos unos fragmentos:
"Quien recibe a un profeta en nombre del profeta recibirá el premio
del profeta; y el que recibe al justo en nombre del justo, recibirá el pago del
justo, así el que recibe al mártir en nombre del mártir, recibirá el premio del
mártir. Y recibir al mártir es acudir a la conmemoración del mártir, es
participar en la narración de sus combates, es alabar sus hechos, imitar sus
virtudes, comunicar con otros la valentía de él. Estos son los regalos de
huéspedes que hacen los mártires: ¡eso es recibir a estos santos, como vosotros
lo habéis hecho en este día!
Ayer nuestro Señor fue bautizado con agua, hoy su siervo es bautizado con sangre; ayer se abrieron las. puertas de los cielos, hoy las puertas del infierno han sido conculcadas. Y no os admiréis de que yo haya llamado bautismo al martirio, porque también aquí revolotea el Espíritu Santo con grande abundancia, y hay perdón de los pecados, y se obra una purificación admirable e increíble en el alma. A la manera que los bautizados se lavan con el agua, así los mártires con su propia sangre. Como sucedió también en este mártir. (…)
Cuando el demonio malvado observó que el mártir no se entregaba, ni a pesar de tan grande apretura y estrechez, llevó la prueba a un mayor extremo. Porque, habiendo tomado de las carnes ofrecidas a los ídolos, y habiendo colmado de ellas una mesa, procuró que la pusieran delante de los ojos del mártir, a fin de que la facilidad del manjar ya preparado y a la mano, disipara la firmeza de su fervor. Porque no se nos coge de la misma manera cuando no están a la vista los alicientes, como cuando están delante de los ojos. Del mismo modo que cualquiera sin duda vencería con mayor facilidad la concupiscencia de las mujeres no mirando a una mujer de bellas formas, que fijando constantemente en ella sus miradas. Pero aquel varón justo venció también en esta emboscada; y aquello que el demonio había creído que vencería su varonil firmeza, eso precisamente la acució más y la urgió para la batalla. Porque no solamente no recibió daño alguno de la vista de las carnes ofrecidas a los ídolos, sino que con mayor fuerza aún las apartó y las aborreció.
Una vez que el malvado demonio vio que nada adelantaba, lleva de nuevo al mártir al tribunal y lo sujeta a tormento y lo acosa con preguntas continuadas. Pero él, a cada una de sus persuasiones respondía solamente: '¡Soy cristiano!' Y como el verdugo le instara: '¿De qué patria eres?', respondió: '¡Soy cristiano'. Le preguntó de nuevo: '¿Qué arte ejerces?' Y él le contestó: '¡Soy cristiano!' '¿Cuáles son tus antepasados?' Y a todo respondía: '¡Soy cristiano!' Y con solas estas sencillas palabras quebrantaba la cabeza del demonio y le causaba heridas que se sucedían unas a otras. Y eso que el mártir había sido educado en las disciplinas seculares. Pero sabía perfectamente que en semejantes certámenes, no es útil la retórica, sino que lo necesario es la fe. No hay necesidad de agudos argumentos sino de un alma amante de Dios. '¡Basta - decía - con una sola palabra, para poner en fuga a toda una falange de demonios!'
A quienes no examinan cuidadosamente, les parecerá esta contestación algo inconsecuente. Pero si alguno clava en ella su pensamiento, por ella misma conocerá la prudencia del mártir. Porque quien dice: '¡Soy cristiano!', con eso ha manifestado ya su patria, su linaje, su profesión y todo. ¿Cómo? ¡Yo lo voy a declarar! Porque el cristiano no tiene ciudad sobre la tierra, sino que su ciudad es la Jerusalén de allá arriba. Porque aquella Jerusalén que está allá arriba, dice el apóstol, es libre y ella es nuestra madre. El cristiano no tiene profesión de arte alguna terrena, sino que pertenece a la conversación de allá arriba, porque nuestra conversación, dice el apóstol, está en los cielos. El cristiano tiene por parientes y conciudadanos a todos los santos. Porque somos, dice el mismo apóstol, conciudadanos y domésticos de Dios. Así pues, el mártir con sola aquella palabra declaró quién era y de dónde y de quiénes y qué solía practicar, con toda exactitud. Y con esa palabra en los labios terminó su vida, y se marchó llevando a salvo el depósito de la fe en Cristo, y dejó a los postreros una exhortación con sus sufrimientos, a fin de que se mantengan firmes, y nada teman sino el ir a negar a Cristo y caer en pecado.
Por nuestra parte, una vez que hemos conocido tales cosas, en el tiempo de
la paz preparémonos para la guerra; a fin de que cuando sobrevenga la guerra
también nosotros levantemos un brillante trofeo. Despreció aquél el hambre,
despreciemos nosotros el placer y destruyamos la tiranía del vientre, a fin de
que si acaso sobreviene alguna ocasión que exija de nosotros firmeza,
aparezcamos resplandecientes en el momento de la lucha, por habernos ejercitado
previamente en las cosas pequeñas. Delante de los reyes y príncipes usó aquél
de toda franqueza, hagámoslo también ahora nosotros; y si acaso nos
encontráremos sentados en las reuniones de los varones ilustres y de los
helenos abundantes en riquezas, confesemos ahí con toda franqueza nuestra fe y
despreciemos los errores de ellos. Y si intentaren engrandecer y ponderarnos
sus cosas y empequeñecer y deshacer las nuestras, no callemos, no llevemos el
apocamiento hasta eso, sino que, descubriendo con grande sabiduría y franqueza
de palabra sus prácticas vergonzosas, alabemos las de los cristianos. Y a la
manera que el emperador ostenta en la cabeza su corona, así nosotros llevemos
por todas partes la confesión de nuestra fe. Porque no le adorna tanto a él su
corona en la cabeza, como a nosotros la confesión de nuestra fe".
Fuentes:
-"Vidas de los Santos". Volumen I. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916.
-http://full-of-grace-and-truth.blogspot.com/2010/04/st-loukianos-lucian-hieromartyr-of.html
-http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/pt/ffa.htm#b4
martes, 15 de octubre de 2019
La postura de la Iglesia Apostólica Ortodoxa acerca del movimiento ecuménico.
Escrito por uno de los más famosos discípulos de San Justin Popovich, quien era uno de los más destacados teólogos en el siglo XX.
El obispo Atanasio, entre otras, es ex profesor de historia de la Iglesia y patrología en la Facultad de Teología en Belgrado, tal como en el instituto ortodoxo de San Sergio en París; en este estudio expresa los hechos por los cuales desde siempre e ininterrumpidamente vive la Iglesia Ortodoxa.
Un pequeño libro donde concisamente fue expuesta la doctrina de la Eclesiología ortodoxa. Por primera vez en español.
1. Toda la verdad de nuestra fe cristiana es la revelación de la Santísima Trinidad en Cristo, en la Encarnación de Cristo; el cuerpo de esa verdad, como decía San Ireneo, es precisamente la Iglesia como el cuerpo de Cristo. Por lo tanto, para nosotros los ortodoxos, toda la Iglesia y todo en la Iglesia surge y está relacionado con el Señor Jesucristo, Quien es DiosHombre. Por eso la eclesiología, la cual es tan actual hoy, para nosotros los ortodoxos – brota, se basa y es inseparable de la cristología. La unión de Dios y el hombre en Cristo, nuestra unión con Dios, con la creación entera [1] y con los hombres, tanto en el cuerpo cósmico como, al mismo tiempo, en el histórico concreto, eclesioilógico de la Iglesia de Cristo, y de allí – la superación de todos los abismos, todos los “dualismos” los que no pueden ir junto con el “duofisitismo” del Dios-Hombre Verbo – eso es la característica esencial de la visión ortodoxa tanto del mundo como del hombre y, por consiguiente, y la del Ecumenismo Ortodoxo, también.
2. Las consecuencias de tal cristológico punto de vista acerca de todo, es decir, las de la visión cristológica del mundo, se reflejan, ante todo, en el entendimiento de la salvación, en la soteriología. Aquí la salvación es entendida como el vivir y estar en unión con Cristo y, en Cristo – con la Santísima Trinidad. La salvación está en el nacimiento nuevo (= el renacimiento), en una vida nueva (llena de la gracia increada divina), en la unión de la filantropía Trina con el amor desinteresado del hombre, y no en alguna doctrina sobre “satisfacciones”, “méritos”, “gracia creada”, “mejoramiento de nuestro estado” moralmente, “humanismo social” etc. El acto de Dios de hacerse hombre (очовечење) y la theosis del hombre – eso es la verdad ortodoxa acerca de la salvación, según los Santos Apóstoles (especialmente Pablo y Juan) y los Santos Padres (especialmente San Ireneo, San Atanasio, los Santos de Capadocia, San Máximo, San Palamás). La Iglesia es la “matriz” (en griego “η μήτρα” = el vientre) y la “fábrica” de tal salvación en Cristo, ya que, en la Ortodoxia, el “Misterio de Cristo” se identifica con el del “Plan de la salvación” el cual es la Iglesia.
3. Las consecuencias para la Eclesiología de tal entendimiento cristológico son las siguientes: Los Santos Padres del Oriente Ortodoxo han visto, creían y experimentaban la Iglesia como el “Misterio de Cristo” y, para ellos, ese Misterio de Cristo entra y penetra todas las dimensiones del organismo eclesiástico, tanto la doctrina teológica dogmática sobre la Iglesia, como su vida sacramental canónica y su orden y organización bajo la dirección del Espíritu Santo, el Consolador y el Guía de la Iglesia (Juan 14, 17; 14, 26; 16, 13-14; Hechos 15, 28; 20, 28; 1 Corintios 12, 3-13). Solamente hasta su final vivida y experimentada la cristología termina por ser la eclesiología correcta (de aquí se ve que la eclesiología occidental equivocada nos descubre el hecho de que allí el Misterio de Cristo no es entendido y experimentado correctamente). Únicamente en la Ortodoxia la unidad, la santidad, la apostolicidad y la catolicidad de la Iglesia están fundados en Cristo y realizados por el Espíritu Santo, “por la fuerza, efecto y gracia del Espíritu”, como dice a menudo en los oficios divinos y los Sagrados Misterios de nuestra Iglesia. La plenitud (το πλήρωμα) teantrópica de la Iglesia (Богочовечанска пуноћа), su catolicidad en el mundo – es aquello que los Apóstoles, predicando al Jesús Crucificado y Resucitado, planteaban en cada lugar, habiendo comenzado por Jerusalén, la “Madre de todas las Iglesias” [2]. Es aquella misma plenitud apostólica de la Iglesia como la del “pueblo de Dios” y del “cuerpo de Cristo”, la cual se trasmite a los obispos por medio de los obispos; es por eso que en la Iglesia Ortodoxa Oriental está presente y acentuada la “cristo-centralidad” = “apóstolo-centralidad”, “obispo-centralidad”, tanto en el organismo litúrgico y la vida de la Iglesia, como en su estructura interna y su organización canónica. Cada obispo quien está al frente de una Iglesia Local, está “eis topon kai typon de Xristou” (en el lugar de Cristo y en Su forma) y, como tal, es sucesor de todos los Apóstoles y todos los obispos; únicamente en Cristo – como en la Cabeza y el Salvador, Arquijerarca y Obispo del cuerpo de la Iglesia (Efesios 1, 22; 5, 23; 1 Pedro 2, 25) – hallan su unidad y cada uno de ellos se identifica con todos los demás obispos y con Cristo, conforme a las palabras de San Ignacio: “…Como también los obispos, establecidos hasta los confines de la tierra, están en el pensamiento de Jesucristo…” (Efesios 3, 2). De este modo se ha acentuado la organización conciliar (universal), la “cristo-céntrica” de la Iglesia, y no la “papo-céntrica”, o con su centro en Roma. Los obispos, como cabezas de las Iglesias Locales, es decir, del pueblo de Dios reunido en cierta Iglesia, en la Iglesia en un cierto lugar, y eso concretamente en la Santa Eucaristía, expresan su unidad “cristocéntrica” en fe y la gracia del Espíritu Santo, en la Divina Eucaristía y los demás Sagrados Misterios, tal como en cada oficio divino y comunión eclesiástica – en el amor y la paz en el Espíritu Santo. En una palabra, en la unidad en Cristo, a través de reunirse en los Concilios, donde se da testimonio de la misma fe y constata su confesión y la unidad de la misma gracia divina, en un solo y el mismo Espíritu Santo; dicho brevemente: la unidad y la comunidad del cuerpo universal (conciliar) de Cristo. Es por eso que es natural y normal para los obispos servir juntos y comulgar del mismo Cáliz (especialmente durante la elección y el nombramiento de un nuevo obispo) y la plena comunión eclesiástica (η κοινωνία) en la unidad canónica (como de eso testifican los santos cánones: el 34 y el 37 de los Apóstoles, el 9 y el 20 en Antioquía, el 4 y el 5 del Primer Concilio Ecuménico, el segundo canon del Segundo Concilio Ecuménico, el 8 del Tercer Concilio Ecuménico, el 19 del Cuarto Concilio Ecuménico, el 8 del Sexto Concilio Ecuménico, el 6 del Séptimo Concilio Ecuménico, tal como la Epístola del Concilio en Cartago en el año 418). Los Santos Concilios exhiben esa unidad en la fe testificada, y en comunión de un solo y el único Cuerpo de la Iglesia Universal (Católica) de Cristo en todo el mundo (κατά την οικουμένην καθολικής Εκκλησίας), conforme a las palabras de San Policarpo. De otra parte, los Concilios corrigen y restablecen la unidad en la fe y en la comunión eucarística que se ha perturbado, o excomulgan de la unidad eclesial a los incorregibles corruptores de la fe y la unidad y, por ende, los corruptores de la salvación de los hombres.
4. La unidad en la fe (= en la verdad de la vida cristiana y de la salvación) siempre ha tenido el significado y el carácter cristológico, lo que quiere decir que, al mismo tiempo, ha tenido el significado tanto eclesiológico como soteriológico. El eclesiológico: como la unidad del “cuerpo de la Verdad” según San Ireneo de Lyon, y ése es Cristo como la Verdad y Su cuerpo, la Iglesia, como el cuerpo de la Verdad (corpus veritatis). El soteriológico: porque fuera de la unión con la Verdad = Cristo no existe la vida ni la salvación. La base para la participación en esa Verdad, en ese “cuerpo de la Verdad” de Dios-Hombre, es decir, la base para comulgar con ella y en ella – es la confesión recta y salvadora de la fe recta (= ortodoxa). Por eso, en la Divina Liturgia siempre se ha leído primero el Símbolo de la Fe, y después se servía el canon Eucarístico y los fieles participaban en la comunión (eucaristía). La comunión litúrgica – η κοινωνία, communio – sin que la acompañe la confesión sincera y recta de una sola y la misma fe, representa un “nonsense” eclesiológico. Tal acto directamente iría en contra de la unidad de la Iglesia, ya que ése niega y rompe la fuerza básica misma la cual une – la fe, como el poder que une en un solo Espíritu, en un solo Cristo, en un solo Dios. También, ése representaría sólo una preponderancia sentimental y puramente humanística de lo humano sobre lo Divino, de un compromiso (humano) sobre la Verdad, de un acuerdo condicional de los hombres sobre el organismo teantrópico y la ordenanza de la Iglesia. Para nosotros los ortodoxos, aquí son válidas las palabras de San Máximo el Confesor: “La verdad es más antigua que la virtud” (PG 90, 1221 AB).
5. Esta ordenanza teantrópica y el carácter de todo en la Iglesia: de la fe, la vida, la salvación, la unión, de la unidad – es la única base para la participación y la comunión en el Misterio de la Iglesia misma y de los Sagrados Misterios las cuales brotan de Ella y “desembocan” en Ella. Sólo en esa plenitud teantrópica y en el carácter cristológico de todo en la Iglesia se encuentra la catolicidad verdadera, la totalidad y la ecumenidad (η καθολικότητα) de la Iglesia; Su ecumenidad y catolicidad no sólo en un sentido espacial, geográfico, sino la cual también abarca todos los tiempos. Es que, en la Iglesia Ortodoxa, nuestra unión con los fieles de nuestra generación no es menos fuerte que la con los fieles de todas las generaciones anteriores, desde los Apóstoles hasta hoy. Eso es nuestra comunión “con todos los santos” (Efesios 3, 18). Esa ecumenidad y catolicidad no es algo que se construye, más bien ello existe en la forma de la Iglesia misma, como la plenitud universal (católica) llena de la gracia de Dios y la unidad de todos los dones divinos, todas las generaciones y todos los tiempos en la vida de la Iglesia de Cristo en el Espíritu Santo, la cual se llama la “comunión con todos los santos” (Efesios 3, 14-19). Esta plenitud teantrópica de todos y de todo en Cristo – es el contenido de la predicación del Evangelio por parte de la Iglesia, el de la fe y la vida evangélica, así como el de la misión de la Iglesia en el mundo. Ciertos hombres, o grupos, o las naciones enteras pueden llegar a ser su parte y unirse a ella, pero no la pueden cambiar según “su parecer”, “según el hombre”. Ésa representa la unidad de la Sagrada Tradición de la Iglesia la cual es la misma en todas partes y es inmutable, de la cual tan inspiradamente ha dado testimonio San Ireneo de Lyon y, después de él, todos los Santos Padres y los Concilios.
6. El problema del así llamado “intercommunio”, así como los otros similares a él en la Eclesiología contemporánea, son producto del ecumenismo occidental contemporáneo. Hay que decir que el ecumenismo, de manera de cómo apareció en este tiempo, en sus mejores representantes – apareció como (la expresión) de la sed por la unidad cristiana perdida; al mismo tiempo, el Ecumenismo es también la prueba de la tragedia de la división del Cristianismo Occidental; una prueba de que ellos no poseen tal unión con la Iglesia. Esa tragedia empezó hace mucho, desde aquel momento cuando el misterio de la unidad de la Iglesia, en el Occidente – fue trasmitida de Dios-Hombre al hombre (Indirectamente, el ecumenismo occidental es producto del papismo, ya que nació del protestantismo, el cual se separó del romanocatolicismo). La sed por la unidad cristiana se basa en el sentimiento de que la unidad se ha perdido en la fe y en la experiencia espiritual. Ahora hay intentos de “construir” la unidad en el edificio derribado de la Iglesia, pero con base en una eclesiología errónea, en una cristología pervertida (quizás a ello haya contribuido el hecho de que el Occidente cristiano no ha experimentado correctamente y profundamente todos los problemas cristológicos, como lo ha hecho el Oriente cristiano). La “construcción” de la unidad de la Iglesia en el ecumenismo contemporáneo del occidente se intenta con los métodos, medios y caminos no eclesiológicos, no eclesiásticos, no evangélicos, sin el arrepentimiento y la humildad, a menudo incluso sin fe, fuera de la Sagrada Tradición, sin (ayuda) de la gracia (increada), sin el Espíritu Santo, el Consolador de la Iglesia. Por lo tanto, no asombra que, después de más de 50 años de la existencia del movimiento ecuménico y del trabajo de sus foros, el Occidente cristiano todavía no se encuentra cerca de la unidad de los cristianos desunidos, como se anhelaba o, por lo menos, declaraba, sino que, es más, está frente a las nuevas divisiones y al “funeral” de los últimos residuos de la Iglesia, de la fe apostólica y de los Santos Padres y del Cristianismo evangélico, especialmente en cada vez más creciente número de las fracciones y sectas protestantes, las cuales no creen más ni siquiera en las verdades fundamentales de la Revelación Divina: en la Santa Trinidad, la Resurrección de Cristo, la Santidad de la Iglesia etc., y las cuales, lamentablemente, justamente como tales, se reciben como miembros en el “Consejo Mundial de Iglesias” en Ginebra, aunque se oponen a eso los representantes de las Iglesias Ortodoxas en esa “Liga de Iglesias” en Ginebra, la cual, obviamente, fue creada imitando la “Liga de Naciones” y las “Naciones Unidas”. Eso lo demuestran claramente los “espectáculos” de ese voluminoso mecanismo ecuménico (especialmente un espectáculo de hace poco en Upsala), los cuales no tienen nada que ver con las antiguas reuniones eclesiásticas y los Concilios en los cuales se expresaba la fe de los Padres.
7. En cuanto al ecumenismo de Roma o, más precisamente, al “romanocéntrico”, el cual fue proclamado en el Segundo Concilio de Vaticano, aunque hasta hoy en día, la Iglesia Católica Romana oficialmente no ha entrado en el movimiento Ecuménico (no es su miembro, sino sólo el “observador” en el “Consejo Mundial de Iglesias”) – él no ha renunciado a la antigua mentalidad uniata y su práctica. Roma, desgraciadamente, no trabaja en la unión verdadera de la Iglesia, sino en la sujeción de todas las Iglesias al papismo de Roma. Para nosotros los ortodoxos aquí aparece un problema demasiado serio: vamos a continuar participando y colaborando, como lo piensan y creen algunos de los “ecumenistas” del ambiente ortodoxo, en ese funeral, o vamos a renovar y hacer más fuerte nuestro auténtico testimonio eclesial ante los cristianos desunidos, y la confesión de la fe recta y anunciación al mundo entero de la “predicación luminosa de la Resurrección” de la Iglesia del Dios Vivo y Verdadero, la cual es “columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3, 16). En lugar de participar en el funeral de los residuos de la eclesialidad en el Cristianismo occidental, es necesario el testimonio ortodoxo sobre el martirio de la Cruz y la victoria de la Resurrección, con el fin de que aquellos que todavía duermen se levantaran del sueño y resucitaran de entre los muertos y les iluminara Cristo (Efesios 5, 14). Porque la Ortodoxia no puede y no debe renunciar a su misión, no debe despreciar y descuidar la llamada y el llamamiento de los cristianos no ortodoxos. Sin embargo, lamentablemente, para algunas delegaciones ortodoxas en las conferencias ecuménicas parece que la Iglesia Ortodoxa solamente hay que participar “orgánicamente” en el “Consejo Mundial de Iglesias”, y aquí cuadra completamente con sus mecanismos incluso la mentalidad protestante, su falta de fe, su incredulidad y superstición, olvidando que de tal manera se distorsiona la castidad de la fe de la Novia de Cristo y se pierde la fidelidad a Cristo, a los Apóstoles, a los Padres, a los Concilios, y la Santa Ortodoxia “llega a ser” una “confesión” más entre las demás de la así llamada “Branch theory”, por lo que la Eclesiología se “bajó” hasta que llegue a ser la “sociología religiosa”. De otra parte, hay que decir algo más: a través de evitar, por parte de algunos representantes de la Iglesia Ortodoxa, su misión verdadera del testimonio veraz de la Verdad de Cristo, del Evangelio de los Apóstoles y los Padres no distorsionado , muchas almas sinceras en occidente, las cuales anhelan la plenitud de la eclesialidad y la comunión en gracia de Dios en los Sagrados Misterios, pierden su última esperanza en la posibilidad de encontrar su camino hacia la Iglesia de Dios y en la de la salvación en Ella, en encontrar el camino de unirse verdaderamente a Una Santa, Católica y Apostólica Iglesia de Cristo. Ya que, el dar testimonio de la Iglesia Verdadera, de la Ortodoxia o, lo que es lo mismo, de la única Verdad del Evangelio y la única posibilidad de la salvación del mundo – brota de la esencia misma de la Iglesia Ortodoxa. Ante la Verdad apostólica y de los Padres acerca de la Iglesia de Dios genuina y ante el rostro del hecho mismo (de la existencia) de la Iglesia Ortodoxa, la pordiosería del así llamada participación “orgánica” en antieclesiástico Ecumenismo del Consejo Protestante, en general, representaría un acto de una ignorancia impermisible y de la negación de auto-conocimiento y auto-sentimiento de la Iglesia de todas las generaciones a lo largo de los siglos, desde el día de Pentecostés hasta hoy en día. No debe tener su lugar la Iglesia Ortodoxa Universal en el “Consejo Mundial de Iglesias” en Ginebra, lo que no significa que los ortodoxos deben despreciar e ignorar las llamadas de los cristianos no ortodoxos, tampoco renunciar a su misión en el mundo, así como en el mundo occidental contemporáneo. La Ortodoxia desde siempre significa tanto el dar testimonio – la “mistiria”, como la confesión martirial – el “martirion”. El mandamiento de San Apóstol Pedro siempre es válido para nosotros los ortodoxos: “Santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa (“pros apologian”) con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón (“logon”) de la esperanza que hay en vosotros, teniendo buena conciencia…” (1 Pedro 3, 15-16). Esa Esperanza nuestra, según el Apóstol Pablo, es “la gloria de este Misterio – es decir, de la Iglesia – entre los gentiles, la cual es Cristo en vosotros, la Esperanza de la gloria” (Colosenses 1, 27; 1, 24). Esa Esperanza es la Verdad de Cristo, la verdadera fe de Dios – “la fe que actúa por medio del amor” (Gálatas 5, 6) – y el amor de Cristo, “el amor del Espíritu Santo” (Romanos 15, 30). Por eso, nosotros los ortodoxos en el verdadero Ecumenismo no debemos y no nos comportaremos “como niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4, 14-15). Esto lo último lo olvidan muchos mensajeros del ecumenismo del hoy en día, quienes como papagayos incesantemente repiten que ya era suficiente con tantos “siglos de odio” y que ahora es necesario “sólo el amor”, pensando que ese grande, principal y el último Misterio del Cristianismo lo poseen solamente los que lo pronuncian con su lengua, pero su corazón, al mismo tiempo, está lejos del Amor verdadero y de la Verdad (En el concilio uniata de Florencia en el siglo XV también hablaron mucho acerca del amor, pero todo se acabó de manera anti-eclesiástica y vergonzosa).
8. El dar testimonio de la Iglesia Ortodoxa de su plenitud católica de la Verdad es la Cruz y la Crucifixión, significa morir por Cristo y con Cristo, por la salvación de los hombres y del mundo entero, pero ello no es una historia sentimental sobre un “Cristianismo rosado” y sobre el “amor sin límites”, la cual se niega a sí misma negando a la Verdad, a través de no tener la verdad en el amor. En la Iglesia Ortodoxa Católica (Universal, Conciliar), la Iglesia es la plenitud de la Verdad del Evangelio y de la gracia increada de la Santa Trinidad, y eso es la única posibilidad de la salvación del mundo y del género humano. El dar testimonio de eso, que dura toda la vida, representa la misión la cual “brota” de la esencia misma de la Iglesia. Renunciarlo a eso significa renunciar a la Apostolicidad misma de la Iglesia. Este tipo de dar testimonio significa el descubrimiento soteriológico y la confesión, tanto en la práctica como en la teología, de todas las dimensiones de la Verdad de la Fe ortodoxa y de la vida teantrópica llena de gracia increada de Dios, lo que brota del grande Misterio de la encarnación de Dios y de la theosis del hombre en la Iglesia, como en el cuerpo y la obra de Cristo, en la Iglesia como en la “Economía (el Plan) de la gracia” de la Santa Trinidad (Colosenses 1, 25- 27; Efesios 1, 3-14). Ese “diálogo del amor” ya bastante forzado y anunciado es inconvencible por su verbalismo ante todo, por su sentimentalismo insincero, y en su falta de paciencia aparece como una renuncia incrédula de la salvadora “santificación del Espíritu y la fe de la Verdad” (2 Tesalonicenses 2, 13), la del único “amor salvador de la Verdad” (2 Tesalonicenses 2, 10). En cambio, sólo los que poseen la “verdad en el amor” pueden alcanzar la unión real y salvadora en la fe y gracia, en el organismo vivo de la Iglesia de Cristo Apostólica y de los Santos Padres, pueden alcanzar aquello “crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo” (Efesios 4, 15). Seriamente hay que darles el testimonio a los cristianos de Europa de que no es posible ni suficiente verbal el “crecimiento en el amor” sin un real “crecimiento en la fe” del Evangelio, sin el “crecimiento en conocer a Dios”, el “crecimiento en la gracia y conocimiento del Señor nuestro y Salvador Jesucristo” (2 Corintios 10, 14-15; Colosenses 1, 10; 2 Pedro 3, 18). Una diferenciación simplemente humanística y herética entre la Verdad y el Amor y viceversa, solo es una señal de la castidad evangélica y la honestidad ética que se han perdido, la de un equilibrio espiritual perdido, la de la plenitud en gracia de los dones del Espíritu Santo que se ha perdido; cabe destacar que por ese camino o mejor dicho descamino nunca pasaban ni los santos Apóstoles ni los Santos Padres de la Iglesia. A lo largo de los siglos, los ortodoxos pasaban por el camino de la Verdad en el Amor, y del Amor en la Verdad, y así con “Cristo alojado en corazones por medio de la fe” y en la comunión “con todos los Santos” en el Espíritu Santo, ellos “conocían el Amor de Cristo” y se quedaban “en la Iglesia de Cristo Jesús” para la gloria del Dios Padre y para la salvación del género humano y el mundo entero (Efesios 3, 16-21). Dios ha mostrado Su Amor hacia el mundo y el hombre a través de la Cruz y la Resurrección de Cristo, por eso nuestro amor hacia el mundo y el hombre tiene que ser así, y eso significa aceptar a la Verdad que salva, y la vida en esa Verdad. El minimalismo y pacifismo puro del ecumenismo contemporáneo solamente lo que hace es demostrar sus raíces humanísticas, su filosofía y ética “según hombre” (Colosenses 2, 8), la crisis espiritual de su fe en la Verdad, su insensibilidad docética por la importancia de la fe verdadera revelada por Dios-Hombre, y la por la significación de la lucha teológica de la Iglesia por la Verdad a lo largo de la historia penada de la Iglesia. He aquí lo que dice acerca de la Verdad y del Amor verdadero y salvador uno de los más grandes Padres de la Iglesia quien, después de los Apóstoles Juan y Pablo, nos ha dejado un himno nuevo del Amor (aquellos 400 famosos capítulos sobre el Amor), quien, al mismo tiempo, era un luchador fervoroso de la fe Ortodoxa en contra de la fe pervertida de los heréticos y de sus palabras pervertidos – se trata de San Máximo el Confesor: “Yo no deseo que los heréticos se atormenten, tampoco me alegro por su mal – ¡Sálvanos oh Dios! – sino que aún más me alegro por su conversión. Ya que, qué podría ser más precioso para los fieles que ver que los hijos que se despilfarraron se reúnan en uno. Yo no me volví loco tanto para que aconseje que la inhumanidad deba ser apreciada más que la filantropía. Al contrario, yo aconsejo que hay que, atentamente y con amor, hacer el bien a todos los hombres y ser todo para todos (1 Corintios 9, 22), según la necesidad de cada uno. Al mismo tiempo, lo único que quiero es aconsejar que a los heréticos como a heréticos no se debe ayudar apoyándoles en sus creencias dementes, sino que allí hay que estar agudo e irreconciliable. Ya que yo no llamo “amor” sino el odio hacia el hombre y caída del Amor Divino cuando uno apoya el error herético, para perdición más grande de aquellos hombres que siguen ese error” (La carta 12, PG 91, 465 C). Estas palabras de San Máximo de la mejor manera demuestran cómo los Santos Padres, siguiendo fielmente a los Santos Apóstoles, se comportaban con aquellos que pervierten la fe revelada por Dios y de tal manera privan a los hombres de la salvación. San Máximo ha dicho también: “La fe es la base de la esperanza y del amor”, ella es la base de la Iglesia misma, por cuanto “el Señor ha dicho que la Iglesia Universal (Católica) es la confesión ortodoxa y salvadora de la fe” (PG 90, 1189 A y 93 0). Así mismo, decía y daba testimonio San Juan Damasceno, un gran luchador también por la fe ortodoxa y por la Iglesia en contra de los heréticos: “El que no cree conforme a la Tradición de la Iglesia Universal (Católica)… es un incrédulo” (Exposición de la fe ortodoxa IV, 10; PG 94, 1128 A). “Todo lo que nos fue entregado a través de la Ley y los Profetas y los Apóstoles y los Evangelistas nosotros aceptamos, y conocemos, y apreciamos altamente, y no pedimos nada más sobre eso… Estemos con eso satisfechos plenamente, y que nos quedemos en eso, no rompiendo las fronteras eternas, ni violando la Tradición Divina” (Ibíd. I, 1; PG 94, 792 A). “Por tanto, hermanos, estemos en la piedra de la fe (Mateo 16, 16-18) y en la Tradición de la Iglesia (1 Corintios 11, 2 y 15, 3; 2 Tesalonicenses 2, 15), no rompiendo las fronteras puestas por nuestros Santos Padres, ni dándoles lugar a aquellos que quieren introducir innovaciones y destruir el edificio de la Santa Iglesia de Dios Católica (Universal) y Apostólica” (Sobre los íconos 3, 41: PG 94, 13-56 CO). Citemos también, al final, la postura patrística expresada por San Juan Damasceno sobre la Santa Eucaristía (en cuya realidad y el poder salvador la gran mayoría de los ecumenistas protestantes contemporáneos ni siquiera cree), donde la postura ortodoxa excluye toda la posibilidad del así llamado “intercommunio”: “El pan de Eucaristía no es simplemente un pan, sino está unido con la Divinidad… El pan y el vino por la epíclesis (“dia tis epikliseos” – en la cual no creen los romanocatólicos ecumenistas) y el descenso del Espíritu Santo sobrenaturalmente se convierten en el Cuerpo y la Sangre Suya… Comulgando y limpiándose por Ellos, nosotros nos unimos al Cuerpo del Señor y a Su Espíritu, y llegamos a ser el Cuerpo de Cristo (la Iglesia). El Misterio de la Eucaristía se llama “Comulgar”, ya que en ella comulgamos la Deidad de Jesús. También se llama la “Comunión” y, en verdad, él lo es, puesto que por ella nosotros entramos en la unión con Cristo y participamos en Su Cuerpo y Su Deidad; por otra parte, por ella nosotros entramos en la unión de unos con los otros. Y puesto que todos comulgamos un solo Pan, de tal modo llegamos a ser un solo Cuerpo de Cristo y una sola Sangre, y miembros unos de los otros (mutuamente, entre sí mismos), copartícipes de la promesa en Cristo Jesús (1 Corintios 10, 16-17; Efesios 3, 6; Colosenses 3, 11). Por lo tanto, con todas nuestras fuerzas cuidémonos de no recibir la comunión de los heréticos, ni dárselo, tampoco. Ya que el Señor dice: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos” (Mateo 7, 6), para que no se hagáis partícipes de su creencia mala (kakodoxia) y su condenación. Es que si realmente sucede la unión con Cristo y entre sí, entonces en verdad nosotros voluntariamente nos unimos a todos aquellos que comulgan junto con nosotros. Y esa comunión sucede voluntariamente, no sin nuestro consentimiento” (Exposición de la fe ortodoxa IV, 13: PG 94, 1149-53).
9. En cuanto a la relación de la Iglesia Ortodoxa con la Romana, se trata igualmente de un serio problema eclesiológico. Para algunos ortodoxos, incluso para los ciertos entre los jerarcas, el Romanocatolicismo representa la “Iglesia antigua Occidental” con sus “costumbres y dogmas especiales” los que son válidos sólo para Occidente y los que , como tales, existían antes del año 1054. La división, consideran ellos, vino solamente por “haberse perdido el amor” y, por tanto, ahora son justamente ellos quienes vienen después de los “nueve siglos de odio” para que, con ayuda del “amor”, superen el cisma. Al mismo tiempo ellos consideran que el problema de que lleguen a ser uno de nuevo el Cristianismo Oriental y el Occidental no es, y no debe ser, una cuestión de teología, una cuestión de la fe Recta, Verdadera, sino la del “diálogo de amor”; sólo hay que “quitar mutuamente los anatemas entre sí” entre Roma y Constantinopla y, de esa manera, se va a “recuperar la unidad”. La colocación del problema de la relación entre la Iglesia Católica Ortodoxa y la Romana así simplificada, no teológica y en gran medida agnóstica e ignorante – no sólo que demuestra el desconocimiento de la historia de la Iglesia y de la problemática teológica real, tal como diferentes perspectivas soteriológicas las cuales están detrás de las diferencias dogmáticas entre la Ortodoxia y Roma, sino que ayuda en que la mentalidad unionista siga existiendo, la mentalidad de Lyon-Florencia la cual existe hasta hoy en día en la Iglesia Papal, especialmente en el Vaticano. La mentalidad unionista del Ecumenismo papo-céntrico romano no puede ser cambiada y superada por medio de una distorsión así del verdadero Ecumenismo Ortodoxo, es decir – a través de huir del enfrentamiento con reales problemas teológicos, soteriológicos y eclesiológicos, los cuales separan la Iglesia Romana de la antigua Iglesia Ortodoxa de los Santos Padre y los Concilios Ecuménicos. Ya que, como fue notado por parte de algunos buenos conocedores de teología y de la historia de la Iglesia (como, por ejemplo, un Jorge Florovski) – ya en el siglo XIV, durante las discusiones acerca del hesicasmo, en el fondo de la contienda acerca del Filioque se descubrían las diferencias esenciales en los entendimientos teológicos tanto sobre Dios (muy probablemente eso es producto de la experiencia espiritual diferente y de la experiencia diferente en la creencia y experimentación del Misterio del Dios Trino y en comunicación con Él), como en el entendimiento y experimentación de la gracia, la salvación y la theosis del hombre. Además, hay que añadir también el hecho de que Roma no se quedó solamente en aquellas diferencias en el siglo XI y el XIV, sino que, en su desarrollo ulterior, más y más se alejaba de la Tradición teológico-eclesiástica de la antigua Iglesia de los Padres y Concilios comunes, especialmente desde el concilio de Trento en adelante (1545-1563), y después del Primer concilio de Vaticano (1870) cuando fueron proclamados nuevos dogmas inexistentes, desconocidos para la Revelación y la Iglesia antigua, y se establecieron las distorsiones y errores eclesiológicos (la primacía absoluta e infalibilidad papal, ¡solo porque están de Roma!). De tal modo se han establecido nuevas diferencias esenciales y los obstáculos teológicos para el restablecimiento de la unidad de la Fe y la Iglesia y, por ende, aún más ha sido profundizado el abismo entre el Cristianismo Oriental y el Occidental. Lamentablemente, allí ni siquiera el Segundo concilio de Vaticano (1962-1965), reunido poco antes, a pesar de muchas reformas, no ha cambiado mucho la situación, ya que ha confirmado todos los alejamientos antiguos del Oriente Ortodoxo por parte de la Iglesia Romana, antes todo – el poder y la primacía papal, y la “infalibilidad” ex cathedra, una doctrina y creencia por la cual la “comunión del Espíritu Santo” (koinonia tou Agiou Pneumatos) (2 Corintios 13, 13) – en la Iglesia Universal – Conciliar – dejó de ser válida como un criterio central de la fe y de la Tradición (porque, según eso, el papa es infalible “por sí mismo y no por el consenso de la Iglesia” = ex ese et non ex consensu Ecclesiae). Lo que es necesario para el verdadero Ecumenismo Ortodoxo es que, durante cualquier reunión de la Iglesia Ortodoxa con la Romana, en primer lugar – con sobriedad teológica y de los Santos Padres y con una buena conciencia histórica y, claro, con fidelidad al espíritu y sentido del Evangelio del Cristo Dios-Hombre y a la Sagrada Tradición de la Iglesia antigua – sean reconsiderados tanto antiguos como nuevos “dogmas” de Roma. El Filioque, la primacía e infalibilidad papal, así como sus consecuencias eclesiológico-soteriológicas. Estamos seguros de que muy pronto saldría a la luz el hecho de que será necesario reconsiderar incluso aquellos puntos de la fe que antes era común para nosotros, en los cuales, como a los muchos les parece, Roma formalmente concuerda con la Ortodoxia, por ejemplo: el lugar y el papel del Espíritu Santo y de la gracia en la Iglesia, la cuestión del pecado y la salvación, el entendimiento de la Eucaristía y del Episcopado, la cuestión de la Eclesiología y la Sagrada Tradición. Para nosotros los ortodoxos el criterio de esa reconsideración es la “predicación de los Apóstoles y los dogmas de los Padres y de los Concilios”, como leemos en el contaquio en el oficio divino dedicado a los santos Padres del Primer Concilio Ecuménico. 1] Como lo dice San Juan Damasceno: “Si el hombre es el enlace entre todas las cosas visibles e invisibles, entonces, habiéndose unido el Creador el Verbo de Dios con la naturaleza humana – a través de ella se unió con la creación entera” (PG 96, 662; también en San Máximo, PG 91, 1312) [2] Este nombre de la Iglesia de Jerusalén se encuentra en nuestros libros con los oficios divinos, está allí desde los tiempos más antiguos. Así también San Ireneo dice acerca de la Iglesia de Jerusalén: “Ésa es la Iglesia de la cual cada Iglesia ha recibido su principio… es la metrópolis de los ciudadanos del Nuevo Testamento” (En contra de las herejías 3, 12, 5). También, los Santos Padres del Segundo Concilio Ecuménico (el año 382) dicen: “De la Iglesia en Jerusalén – la madre de todas las Iglesias” (Teodoreto, La historia de la Iglesia, 5, 9).
domingo, 6 de octubre de 2019
Suscribirse a:
Entradas (Atom)