lunes, 21 de mayo de 2018

DE LOS SANTOS ANCIANOS QUE HACÍAN MILAGROS.

TOMADO DE LAS SENTENCIAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO.

1
El abad Dulas, discípulo del abad Besarión, contó: «Caminábamos junto a la orilla del mar. Yo tenía sed y dije al abad Besarión: “Padre, tengo mucha sed”. El anciano, después de hacer oración, me dijo: “Bebe agua del mar”. El agua se convirtió en dulce y bebí. Luego puse un poco en un vaso por si volvía a tener sed. Al ver el anciano lo que había hecho, me dijo: “¿Para qué llevas ese vaso?”. Y le contesté: “Perdona Padre, es por si vuelvo a sentir sed”. Y dijo el anciano: “Dios que está aquí, está en todas partes”».

2
En otra ocasión, obligado a atravesar el río Crisoroan, Besarión hizo oración y lo pasó a pie enjuto. Yo, lleno de admiración, me postré ante él y le pregunté: «¿Qué sentías en tus pies cuando andabas sobre las aguas?». Y el anciano respondió: «Sentía el agua hasta los talones, el resto era sólido debajo de mis pies».

3
En otra ocasión, íbamos de camino para visitar a un anciano cuando se puso el sol. Y el anciano oró diciendo: «Te pido, Señor, que se detenga el sol hasta que llegue donde tu siervo». Y así sucedió.

4
Un día, vino un poseso a Scitia y se hizo por él oración en la Iglesia. Pero el demonio no salía porque era duro. Los clérigos del lugar se dijeron unos a otros: « ¿Qué hacemos contra este demonio? Nadie puede echarlo más que el abad Besarión, pero si le hablamos de ello no querrá venir a la iglesia. Vamos a hacer lo siguiente: mañana vendrá Besarión a la iglesia y antes de que entre nadie, sentaremos aquí al poseso. Cuando entre el anciano nos levantaremos para rezar y le diremos: “Padre, despierta a este hermano”». Lo hicieron así. Por la mañana, después de la llegada del anciano, los clérigos se pusieron en pie para la oración y dijeron a Besarión: «Padre, despiértale». El abad Besarión le dijo: «Levántate y sal fuera». El demonio salió enseguida del hombre y éste quedó instantáneamente curado.

5
Un día, en Egipto, los ancianos hablaron al abad Elías del abad Agatón: «Es un buen hermano», le decían. «Si, es bueno para su generación», replicó el anciano. E insistieron los ancianos: «Y en relación con los antiguos, ¿qué?». Y respondió el abad Elías: «Ya os he dicho que para su generación era un buen monje. Pero entre nuestros antepasados, he visto en Scitia un hombre que podía detener el sol en el cielo como Josué, el hijo de Nun». Al oír esto los hermanos se quedaron admirados y dieron gloria a Dios.

6
El abad Macario, el Grande, venia de Scitia con un cargamento de cestas. Cansado del camino, se sentó y oró diciendo: «¡Oh Dios!, tú sabes que no puedo más». Y al punto se sintió levantado en el aire y se encontró junto al río.

7
En Egipto, había uno que tenía un hijo paralítico. Lo llevó a la celda del bienaventurado Macario y lo dejó a su puerta llorando. El anciano miró y vio al muchacho llorando. «¿Quién te ha traído hasta aquí?», preguntó. «Mi padre me ha arrojado aquí, y se ha marchado», contestó el muchacho. Y el anciano le dijo: «Levántate y vete a unirte con él». Al punto, el muchacho se levantó curado y se unió a su padre. Y juntos volvieron a su casa.

8
Contó el abad Sisoés que mientras estaba en Scitia con el abad Macario, fueron a la recolección con él siete hermanos. Una viuda recogía espigas detrás de nosotros y no dejaba de llorar. El anciano llamó al dueño del campo y le preguntó: «¿Qué le pasa a esta mujer? No deja de llorar». El hacendado le dijo: «Su marido recibió en depósito una cierta cantidad, y ha muerto sin decirle donde la había colocado. Y el dueño del dinero quiere reducir a la esclavitud a ella y a sus hijos». El anciano le dijo: «Dile que venga a vernos en el momento de más calor, al lugar donde tenemos la siesta». Vino, y el anciano le preguntó: «¿Por qué lloras sin parar?». «Mi marido ha muerto, dijo ella. Había recibido una cierta cantidad en depósito y no me ha dicho, en el momento de su muerte, donde lo había escondido». El anciano le dijo: «Ven, enséñame la tumba de tu marido». Tomó consigo a los hermanos y la siguió. Cuando llegaron al sitio donde habían enterrado el cuerpo, el anciano dijo a la mujer: «Puedes volver a tu casa». Mientras los hermanos oraban, el anciano llamó al muerto: «¿Dónde has colocado el dinero que habías recibido?». «Lo he escondido en casa, al pie de la cama», respondió. «Duerme de nuevo hasta el día de la resurrección», le ordenó el anciano. Al ver esto, los hermanos se echaron a sus pies, pero él les dijo: «Esto no ha sucedido por causa mía, sino por la de esa viuda y sus huérfanos. Lo verdaderamente grande es que si un alma está sin pecado, como Dios quiere, puede pedir todo lo que desea y lo conseguirá». Luego fue en busca de la viuda y le dijo dónde se encontraba el depósito. Ella lo tomó para devolverlo a su dueño y liberar a sus hijos. Y todos los que tuvieron conocimiento de este milagro dieron gloria a Dios.

9
El abad Milesio pasaba un día por un lugar donde se encontraba un monje al que habían detenido como homicida. El anciano habló con el hermano, cayó en la cuenta de que era víctima de una calumnia y dijo a los que le habían detenido: «¿Dónde se encuentra el muerto?», y se lo enseñaron. Se acercó al cadáver y dijo a los asistentes: «Orad». Luego levantó las manos al cielo y el difunto resucitó. Y delante de toda la gente, el anciano le preguntó: «Dinos quién es el que te ha asesinado». «Entré en la iglesia para encomendar un dinero al sacerdote, se levantó y me mató. Luego se echó al hombro mi cuerpo y me arrojó en la celda de ese Padre. Por favor, quítale el dinero y dáselo a mis hijos». Entonces el anciano le dijo: «Vete, y duerme de nuevo hasta que el Señor venga a despertarte». Y al punto volvió a descansar en el Señor.

10
Un grupo de hermanos vino a ver al abad Pastor. Y uno de los parientes del anciano tenía un hijo a quien el demonio había vuelto la cabeza del revés. Cuando el padre vio la afluencia de monjes, tomó a su hijo, pero se quedó fuera llorando. Uno de los ancianos salió casualmente fuera y le preguntó: «¿Por qué lloras, buen hombre?». «Soy pariente del abad Pastor, contestó. Mi hijo acaba de sufrir esta desgracia. Quisiera enseñárselo al anciano para que lo cure, pero no quiere recibirnos. Si se entera de que estoy aquí enviará a alguien para que nos despida. Pero al veros llegar me he atrevido a venir. Ten compasión de mi, Padre, y haz lo que creas conveniente. Haz entrar al niño y orad por él». El anciano le hizo entrar con él y usó de esta artimaña: en vez de llevarle directamente al abad Pastor, se dirigió primero a los hermanos más jóvenes y les dijo: «Haced la señal de la cruz sobre este niño». Luego, después de haber conseguido que todos los monjes, por su orden, hiciesen sobre él la señal de la cruz, se lo presentó, en último lugar, al abad Pastor, que no quiso tocarlo. «Tú, también, Padre, haz lo que hemos hecho todos», le suplicaban los hermanos. El anciano se levantó gimiendo, y oró así: «Dios mío, salvad a esta criatura; que no la domine el enemigo». Luego hizo sobre el niño la señal de la cruz, y lo devolvió sano a su padre.

11
Uno de los Padres contó, que un abad de nombre Pablo, natural del Bajo Egipto, pero que moraba en la Tebaida, tomaba en sus manos los áspides, culebras, serpientes y escorpiones y los partía por la mitad. Al ver esto algunos hermanos, hicieron que les hiciese una metanía (1), y le preguntaron: «Dinos, ¿qué has hecho para merecer esta gracia?». El les respondió: «Perdonadme, hermanos, pero si uno es puro, todas las criaturas se le someten, como le sucedía a Adán en el Paraíso, antes de desobedecer el mandato de Dios».

12
Cuando Juliano el Apóstata dirigía su expedición a Persia, envió un demonio a Occidente para que lo antes posible le trajese una cierta respuesta. Pero cuando el demonio llegó cerca de la celda de cierto monje se quedó diez días inmóvil. No podía seguir adelante, porque aquel monje no cesaba de orar ni de día ni de noche. Y volvió con las manos vacías a quien le había enviado. «¿Por qué has tardado tanto?», le preguntó Juliano. «He tardado tanto y he vuelto sin haber logrado nada, porque durante diez días he esperado que el monje Publio dejara de orar, para que yo pudiese pasar. Pero no cesó de orar y no he podido pasar y he tenido que volverme sin hacer nada». Entonces el impío Juliano montó en cólera, y gritó: «A mi vuelta me vengaré». Pero pocos días después, por providencia divina, pereció y enseguida uno de los generales que le acompañaban vendió todos sus bienes y los repartió entre los pobres. Luego fue a ver al anciano Publio y llegó a ser un monje famoso, perseverando así hasta el fin de su vida.

13
Un hombre vino un día con su hijo a ver al abad Sisoés, que vivía en el monte del abad Antonio. Pero el niño murió en el camino. Sin turbarse en absoluto, con una gran confianza, el padre se lo llevó al anciano. Se postró con su hijo ante el anciano como para hacer una metanía y pedirle su bendición. Luego el padre se levantó dejando al niño a los pies del anciano y salió fuera de la celda. El anciano, que no sabia que el niño estaba muerto, pensó que continuaba haciendo su metanía, y le dijo: «¡Levántate y sal fuera!». Al punto el niño se levantó y salió. Al verlo su padre se quedó estupefacto y entró para echarse a los pies del anciano y explicarle lo sucedido. Al saberlo el anciano se puso muy triste pues no quería haberlo hecho, y el discípulo del anciano rogó al padre que no lo contara a nadie, antes de que el anciano hubiese muerto.

14
En cierta ocasión, Abraham, el discípulo del abad Sisoés, fue tentado por el demonio. El anciano, al verlo caído, se levantó y elevando las manos al cielo dijo: «Dios mío, quieras o no, no te dejaré hasta que lo hayas curado». Y se curó el hermano.

15
Un anciano que vivía en una ermita próxima al Jordán, tuvo que refugiarse en una gruta a causa del excesivo calor. Encontró en ella un león que empezó a rugir y rechinar los dientes. Pero el anciano le dijo: «¿Por qué te pones así? Aquí hay sitio para los dos. Si no quieres que estemos juntos, no tienes más que salir». Esto no agradó al león y se fue.

16
Un anciano subió de Scitia a Terenut y se detuvo allí algún tiempo. Al ver la severidad de su ayuno le ofrecieron un poco de vino. Otros, al conocer su género de vida le presentaron un poseso. Pero éste se puso a gritar y a maldecir al anciano, diciendo: «¿Me traéis a este bebedor de vino?». El anciano, por humildad, rehusaba expulsar al demonio, sin embargo, para avergonzarle, dijo: «Creo en Cristo que antes de que termine de beber mi vaso de vino saldrás de él». Y en cuanto el anciano empezó a beber, el demonio aulló: «¡Me quemas!». Y antes de que el anciano apurase su vaso de vino, salió el demonio del poseso por la gracia de Cristo.

17
Uno de los Padres envió a su discípulo a sacar agua. El pozo estaba muy lejos de la celda y el discípulo se olvidó de llevar consigo una cuerda. Al llegar al pozo, y caer en la cuenta de que no tenía cuerda, el hermano se puso en oración y dijo: «¡Oh pozo! ¡Oh pozo! El abad me ha mandado que llene de agua esta jarra». Y enseguida subió el agua hasta el borde del pozo. El hermano llenó su jarra y luego el agua recobró de nuevo su anterior nivel.


(1) METANÍA: Cambio de ideas, conversión, penitencia interior, gesto por el cual se da testimonio de su arrepentimiento después de una falta o simplemente de un encuentro con otro, casi siempre postración.

LA BÚSQUEDA DE DIOS EN LA TRADICIÓN HESICASTA

Por el Hígumeno Simeón

Antes que nada les agradezco el haberme acogido en este coloquio. Es verdaderamente una muy gran alegría para mi el estar en medio de ustedes, y particularmente con nuestros hermanos musulmanes. Siendo ya monje, permanecí en París durante más de quince años y trabajaba para ganarme la vida. En esta ocasión, colegas de trabajo musulmanes me habían dado un nombre lo cual era para mí extremadamente emocionante, puesto que me llamaban Abd-ar-Rahmân. Y yo encontré que, por su parte, era un acto de amor, y ese acto de amor me había tocado profundamente. He aquí como he comenzado a conocer el mundo musulmán, por amor, la mejor forma de conocer verdaderamente…
Me parece tan importante que aprendamos, para amarnos, a conocernos. Nosotros no somos -a pesar de la tendencia de la sociedad actual- individuos aislados, somos personas, seres profundamente en relación. El individualismo contemporáneo es peligroso. Es necesario que cada uno de nosotros tenga consciencia, consciencia activa diría yo, de que somos seres personales, en relación. Lo que hacemos hoy, el encuentro que tenemos, no es otra cosa que una concretización de esta posibilidad de relación que debe conducirnos al amor. Por lo tanto gracias, otra vez más, por recibirme.
No siendo un conferenciante profesional, les pido disculpas de antemano. Yo quisiera abordar de una manera simple el tema de la Hesiquia, la búsqueda de Dios. Puede ser importante para comenzar, intentar dar una traducción, una definición de la palabra Hesiquia. Es una palabra de origen griego que se podría traducir por paz, silencio, quizás también por «tranquilidad del corazón». Ustedes saben que difícil es, a partir de una palabra extranjera, dar una traducción justa y es por esta razón por la que yo evoco varios significados. En todo caso, en este término que significa paz, silencio, reposo, hay que poner atención en no deformar el sentido de la traducción. Por ejemplo, si nos referimos a la palabra reposo, no se trata de un reposo que evocaría el sueño. En la tradición hesicasta no se trata en absoluto de dormitar, lo veremos un poco más tarde, es por el contrario una tradición de acción y de vigilancia.
No quiero darles una clase de historia sobre los orígenes del hesicasmo, pero quisiera simplemente recordar rápidamente como se ha desarrollado la hesiquia. ¿Cómo ha nacido? Pues bien, yo diría que nosotros la hemos recibido como hemos recibido muchas otras cosas; es la actitud del Cristo en el Nuevo Testamento. He aquí un corto pasaje del Evangelio que muestra la actitud del Cristo y que les hará comprender lo que es la hesíquia.
En este episodio, es la entrada de Jesús en la sinagoga de Nazaret, su país de origen, lo que se evoca. El habla y es mal recibido, mal entendido. El final del relato nos dice así: «Todos en la sinagoga se llenaron de cólera oyendo esto. Se levantaron, le echaron fuera de la ciudad y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. Pero él, pasando por en medio de ellos, se retiró» (Luc 4, 28-30). La última frase de este texto es significativa. El hesicasta, aquel que va a buscar vivir en la Paz del corazón, en la quietud, encuentra su modelo en la actitud del Cristo. El que, agredido, contestado, violentado, ha podido pasar a través de ese gentío, sin decir nada, sin mostrar ninguna agresividad porque tenía, evidentemente a la perfección, un corazón colmado de paz. Solo su corazón silencioso, bañado de hesiquia, era la respuesta a la agresividad del entorno.
A partir del estudio y de la meditación de la manera de ser de Cristo durante su vida, los cristianos, y sobre todo los primeros monjes, han buscado la adquisición de esta hesiquia, esta paz silenciosa, esta tranquilidad del corazón. Y se puede decir que el ideal monástico está totalmente ligado a la tradición hesicasta. Puede que escuchemos decir, entre los cristianos ortodoxos, que hay monjes hesicastas y monjes no hesicastas. A mi no me gusta demasiado hacer esta diferencia. El monje, que es fundamentalmente un buscador de Dios, como otros buscan oro, debe obligatoriamente pasar por esta búsqueda de paz, de silencio, de abandono, que entraña otras virtudes, lo veremos más tarde. Por lo tanto yo no hago diferencia entre monjes hesicastas y monjes no hesicastas. Pienso que todos son fundamentalmente hesicastas.
Los primeros monjes, los primeros ermitaños -puesto, como probablemente saben, el monaquismo nació en el siglo IV con hombres y mujeres de los que San Antonio es el más célebre- partieron al desierto para buscar a Dios. Y vemos enseguida, llamo aquí su atención, de que hay un objetivo en la hesiquia. Ese objetivo es el descubrimiento de Dios. Yo diría incluso, es el deseo de encontrar a Dios. El hesicasta es un hombre de deseo, su corazón está lleno de deseo de Dios, y, a causa de eso, va a buscar como poder liberar su corazón de sus pasiones para encontrar su Dios. Los primeros monjes parten hacia el desierto, y esto es significativo. El desierto, como sabemos, es el lugar de retiro, el lugar de silencio. Se opone, en cierta manera, a la ciudad turbulenta. Esta soledad, este aislamiento son deseados y van a ser uno de los terrenos del hesicasta, del monje, para encontrar a Dios. Nosotros no podemos encontrar a Dios en la agitación. Dios mismo, en ciertos textos del Antiguo Testamento, nos lo dice. El explica al profeta Elías: «Yo no estoy en la tempestad, Yo no estoy en los relámpagos, Yo no estoy en los torbellinos del viento violento, sino que estoy en esa brisa ligera que escuchas» (cf. 1 Reyes 19, 11-13). Dios no puede ser encontrado más que en el silencio, y es necesario que el monje hesicasta parta hacia el desierto o que busque la soledad interior. Si hablo del monje, es porque todo esto ha venido de la tradición monástica, pero es evidente que cada uno puede vivir esta tradición hesicasta, si desea encontrar a Dios. Un laico puede ser un hesicasta y algunos de ellos han sido canonizados y reconocidos santos por la Iglesia.
En sus comienzos, el movimiento monástico ha sido esencialmente eremítico y los primeros monjes eran sobre todo solitarios. Ha habido a continuación una evolución que se ha hecho bastante rápidamente, privilegiando la vida en comunidad. Esto se ha concretado sobre todo alrededor de san Basilio, en el siglo IV, San Teodoro Estudia en el siglo X y otros más. Ellos han organizado el monaquismo y propuesto reglas de conducta relativas a la manera de vivir juntos en esta búsqueda de Dios. Esto a dado los monasterios que nosotros conocemos y que continúan esta tradición hoy en día. Por lo tanto dos corrientes: los eremitas que ser retiran verdaderamente a un lado y en la soledad total o casi total, y los que viven en comunidad. Los dos tienen una búsqueda idéntica y los dos pasan por la tradición de la hesiquia, y no solamente por el método. Yo soy reticente a utilizar el término de método porque hay que poner atención en ello. La hesiquia no puede ser un método, en el sentido «técnico» en el que corremos el riesgo de comprenderlo hoy en día, y que es ambiguo. El hombre de hoy está como perdido. El busca -pero todos buscamos desde que estamos en esta tierra- busca como encontrarse a si mismo. Olvida que es volviéndose hacia Aquel que le ha hecho, Dios, su Creador, como podrá encontrase a si mismo. Pero vive esta búsqueda en una tal agitación que quiere experimentar no importa que medio par llegar a encontrarse.
La hesiquia no es un método como hay un método para aprender el inglés, y como existen todos estos métodos que conducen necesariamente a un resultado si son bien aplicados. No, la hesiquia no es para nada de esta clase de cosas. La hesiquia es una actitud, y no es por que el monje se vaya a retirar al desierto, huir del mundo, y buscar el silencio, por lo que va a encontrar a Dios. El método no es mágico. El método es un soporte, pero necesita, como lo he dicho hace poco, una tensión de amor, un deseo profundo del encuentro con Dios. Entonces el método se pondrá en su lugar en el momento que conviene y el monje buscará vivir de esta hesiquia. Va a vivir en el silencio, en un cierto retiro, y va a orar. Va a utilizar lo que nosotros llamamos la «oración del corazón» o también «oración de Jesús». Esta forma de plegaria está totalmente ligada a la tradición hesicasta. ¿Cómo es esta oración? Nosotros repetimos con un rosario, que siempre llevamos a mano: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros pecadores». Esa es la fórmula más completa. Puede simplificarse diciendo simplemente: «Señor» o «Jesús».
Los griegos dicen «Kyie eleison», «Señor ten piedad». Es la misma fórmula, más o menos desarrollada. Esta plegaria repetitiva que el monje utiliza no es un medio que, al cabo de doscientas o trescientas repeticiones, le permitan encontrar a Dios. Es simplemente un grito de amor, porque cuando se ama, los amantes gustan de nombrarse. El amor, nosotros lo sabemos bien, pasa por la palabra, pero la palabra más limpia. Cuando una pareja se encuentra y decide casarse, sabemos bien que el efecto amoroso les da una posibilidad de encuentro que pasa por las palabras. Cada uno querría decir sin cesan al otro que le ama, pero cuando volvemos a encontrar a esa pareja hacia el final de su vida, ellos no se dicen ya nada, ellos se miran el uno al otro. La simple mirada es suficiente para manifestar este amor, que se vive en el silencio, en la paz, en el corazón totalmente despojado de aquello que le estorbaba al principio, probablemente a causa de la pasión. Y bien, el monje vive esto, a su manera desde luego, transponiendo esta experiencia. Es necesario que él se calle; es necesario que vaya hacia el silencio y que repita este nombre de amor: Jesús. «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros»: se trata de una declaración de amor. Reconocemos nuestro Dios, y nosotros Le decimos: «Ten piedad de mi», no en una actitud miserablista en la que estaríamos como “pisoteados” por nuestro Dios, no se trata de eso de ninguna manera. Simplemente, reconocemos, en la humildad, que nosotros no sabemos amar. Nosotros no sabemos amar, pero queremos amar. A causa de esto, decimos: «Ten piedad de nosotros. Ayúdanos a amar». Ya que si queremos ser amantes de Dios, pues bien, es necesario que El, que nos a creado y que es Amor, nos muestre este Amor, no haga participes de él, nos acoja en El. No hay otra fuente. Entonces el monje hesicasta va a esforzarse todo a lo largo de su vida en orar al Cristo, Cristo que ha dicho: «Orar sin cesar» (Cf. Luc 18,1). Podríamos responderle: «¿Pero cómo, Señor, se ora sin pausa? ¿Qué significa esta invitación perpetua?»
No se trata para el Cristo de decirnos sin pausa: «Hablarme», ya que él nos ha advertido: «En vuestras oraciones, no machaquéis como los paganos: ellos se imaginan que hablando mucho se harán escuchar mejor» (Mt 6,7). Ya sabemos, nosotros le hablamos demasiado a menudo para pedirle, pedirle y más pedirle. En ciertos momentos debe ponerse algodones en las orejas diciendo: «¡Que paren, que paren de pedir siempre algo!». Me parece que nuestro Dios, cuando nos dice que oremos sin cesar, nos invita a contemplarle, a desearle. Es eso la oración. No es forzosamente una formulación exterior, sino que es sobre todo una actitud del corazón. Es necesario desear al Señor. Es en este deseo donde se instala esta oración perpetua. La oración de Jesús, la oración del corazón que nosotros utilizamos, nos ayuda a esto ya que ella está muy limpia. Se vuelve, es verdad, un hábito, una llamada interior a la que nos es necesario responder.
Muy a menudo, cuando monjes jóvenes vienen a mi monasterio ellos me dicen: «Bueno, enséñeme a orar». No saben orar bien. Entonces les doy un rosario de oración. Además ellos lo reciben litúrgicamente con la toma de hábito. Yo les digo: «¡Ahora comienza esta oración!». Como son jóvenes monjes llenos de deseo, de energía y de brío, quieren una regla de oración fuerte, densa, lo más llena posible. Entonces les dejo hacer y les digo si. Y después, quince días o tres semanas mas tarde, vienen y llaman a la puerta de mi celda diciendo: «¡No lo consigo!». No han comprendido que no es un método. Se cansan, y eso puede ser incluso peligroso, de repetir esta invocación obstinadamente. Esto no tiene ningún interés en el plano espiritual y puede presentar un peligro, incluso en el plano físico. No comprenden que hay que comenzar muy suavemente, pero teniendo una actitud de deseo de Dios.
De hecho, quizás simplemente baste con decir el nombre de Jesús. Ustedes saben cuanta importancia, en nuestras tradiciones comunes, tiene el nombre. Ahí está, simplemente hay que decir este nombre y deslizarse dentro, muy suavemente, sin el deseo de hacer una proeza. Es necesario que nuestra plegaria sea humilde si quiere ser verdaderamente hesicasta. La humildad es absolutamente indispensable. Es muy evidente que ninguno de nosotros en este mundo es perfectamente humilde. Somos aprendices del amor y de la humildad. Y hay que aceptar eso, pero es necesario también luchar por adquirir todo lo posible esta humildad, que nos permite entonces el verdadero encuentro con Dios. Buscar la humildad y pedir la humildad a Dios, son otras actitudes indispensables para los monjes hesicastas.
Nos gusta mucho un santo ruso del siglo pasado, san Serafín de Sarov, un hombre extremadamente humilde. Un día, explicó a alguien que vino a verle, como vivir la hesíquia, como vivir esta quietud en Dios. Y le dijo esta frase: «Si tu tienes la Paz en tu corazón, es decir si tu eres hesicasta, entonces salvarás millares de almas a tu alrededor». ¿Qué significa esta frase? Es necesario comprenderla. Si San Serafín dice: «Si tu tienes la Paz en tu corazón, tu salvarás millares de almas», es porque él ha pasado por todo un camino que es para nosotros un ejemplo. El nos ha mostrado a través de su vida que es necesario ser humilde, que hay que aceptar ser pequeño, no saber, no conocer a Dios, sobre todo no poseerlo, lo cual sería un error fundamental. Hay que pasar por la humildad y el abandono, y San Serafín ha pasado por eso. Que es la humildad sino el descubrimiento objetivo de lo que nosotros somos: pobres, pequeños, desamparados, no amantes. Esto puede conducirnos a la desesperación, lo cual no es el buen camino. Es necesario que este descubrimiento en la humildad nos conduzca a la paz. Y la única vía posible es el abandono entre las manos de Dios. Si yo descubro que soy pobre, no debo desesperarme, ni rebelarme. No es la solución buena. Cuando me desespero y me rebelo ¿A quién hago referencia? ¡A mí, pero no a mi Creador! Pero si yo se ver mi debilidad humildemente, si sé no rebelarme, si se verdaderamente girarme hacia Dios, en la confianza, diciéndole: «¡Soy pequeño y pobre, pero Tu, Tu puedes todo, tómame en la palma de tu mano y guíame!», entonces este abandono, que es la segunda etapa -humildad, después abandono- va a conducirme a la quietud, a la paz del corazón, porque estaré al fin, entre las manos del Único que puede darme esta paz, Aquel que es el Amor, nuestro Dios. He aquí entonces, por el ejemplo de San Serafín de Sarov, como la tradición hesicasta puede vivirse.
Quisiera terminar con un ejemplo bíblico, evangélico más precisamente, que ustedes conocen quizás. Se trata del episodio en el que Jesús se encuentra en la casa de sus amigos Lázaro, Marta y María, judíos que amaban al Señor y que le acogían frecuentemente. En este episodio, no se habla mucho de Lázaro, sino sobre todo de sus hermanas, Marta y María. Una de ellas, Marta, afanada, prepara la comida, se mueve, pone la mesa, en fin uno puede imaginarse todo lo que ocurre. La otra, María, está a los pies del Señor, Le mira simplemente y Le escucha. Entonces la que pone la mesa va donde Jesús y le dice: «¡Pero bueno, dile que me ayude! ¿Qué hace ahí?» Y el Señor responde: «Tu te mueves mucho, pero ella ha escogido la mejor parte» (Luc, 10, 38-42)
Dicho de otra manera, en este pasaje evangélico, en esta experiencia de Marta y María, el Cristo enseña: «¡Atención a la agitación inútil!» No quiere decir que no fuese acogedora esta agitación, él no censura a la que prepara la comida, simplemente dice: «¡Atención, María ha cogido la mejor parte!»
Todos nosotros tenemos forzosamente una Marta y una María en el interior de nosotros mismos. Intentemos escoger nosotros también la mejor parte. Amén.
Muchas gracias.
Cfr. https://www.abandono.com/maestros/la-busqueda-de-dios-en-la-tradicion-hesicasta/

Iglesia Ortodoxa Rusa de Santa María Magdalena en Jerusalén

"La Visión de la Iglesia Ortodoxa en Temas Contingentes"

EL Método de Oración Hesicasta

Según la enseñanza del P. Serafín del Monte Athos


Cuando XX, un joven filósofo, llegó al Monte Athos, había leído ya un cierto número de libros sobre la espiritualidad ortodoxa, particularmente la pequeña filocalia de la oración del corazón en los relatos del peregrino ruso. Estaba seducido sin estar verdaderamente convencido. Una liturgia vivida en su ciudad le había inspirado el deseo de pasar algunos días en el Monte Athos, con ocasión de sus vacaciones en Grecia, para saber un poco más sobre el método de la oración de los hesicastas, esos silenciosos a la búsqueda de “hesychia”, es decir, de paz interior.
Contar con detalle cómo llegó al padre Serafín, que vivía en un eremitorio próximo a San Pantaleón, sería demasiado largo. Digamos únicamente que el joven filósofo estaba un poco cansado. No encontraba a los monjes a la altura de sus libros. Digamos también que, si bien había leído varios libros sobre la meditación y la oración, no había rezado verdaderamente ni practicado una forma particular de meditación y lo que pedía en el fondo no era un discurso más sobre la oración o la meditación sino una “iniciación” que le permitiera vivirlas y conocerlas desde dentro por experiencia y no sólo de “oídas”.
El padre Serafín tenía una reputación ambigua entre los monjes de su entorno. Algunos le acusaban de levitar, otros de que gritaba y gemía, algunos le consideraban como un campesino ignorante, otros como un venerable staretz inspirado por el Espíritu Santo y capaz de dar profundos consejos así como de leer en los corazones.
Cuando se llegaba a la puerta de su eremitorio, el padre Serafín tenía la costumbre de observar al recién llegado de la manera más impertinente: de la cabeza a los pies, durante cinco largos minutos, sin dirigirle ni una palabra. Aquellos a quienes ese examen no hacía huir, podían escuchar el áspero diagnóstico del monje:
– En usted no ha descendido más abajo del mentón.
– De usted, no hablemos. Ni siquiera ha entrado.
– Usted… no es posible… que maravilla. Ha bajado hasta sus rodillas…
Hablaba del Espíritu Santo y de su descenso más o menos profundo en el hombre. Algunas veces a la cabeza, pero no siempre al corazón ni a las entrañas… Así es como juzgaba la santidad de alguien, según su grado de encarnación del espíritu. El hombre perfecto, el hombre transfigurado era para él, el habitado todo entero por la presencia del Espíritu Santo de la cabeza a los pies.
– Esto no lo he visto sino una vez en el staretz Silvano, decía, era verdaderamente un hombre de Dios, lleno de humildad y de majestad.
El joven filósofo no estaba aún ahí. El Espíritu Santo sólo había encontrado paso en él “hasta el mentón”. Cuando pidió al padre Serafín que le hablase de la oración del corazón y de la oración pura según Evagrio Póntico, el padre Serafín comenzó a gemir. Esto no desanimó al joven, que insistió. Entonces el padre Serafín le dijo:
– Antes de hablar de la oración del corazón, aprende primero a meditar como la montaña….
Y le mostró una enorme roca:
– Pregúntale cómo hace para rezar. Después vuelve a verme.

Meditar como una montaña
Así comenzó para el joven una verdadera iniciación al método de oración hesicasta. La primera meditación que le habían propuesto se refería a la estabilidad, al enraizamiento de un buen cimiento.
En efecto, el primer consejo que se puede dar al que quiere meditar no es de orden espiritual sino físico: siéntate. Sentarse como una montaña quiere decir tomar peso, estar grávido de presencia. Los primeros días al joven le costaba mucho quedarse inmóvil, con las piernas cruzadas, con la pelvis ligeramente más alta que las rodillas. Una mañana sintió realmente lo que quería decir meditar como una montaña. Estaba allí con todo su peso, inmóvil. Formaba una sola cosa con ella, silencioso bajo el sol. Su noción del tiempo había cambiado ligeramente. Las montañas tienen un tiempo distinto, otro ritmo. Estar sentado como una montaña es tener la eternidad delante, es la actitud justa para el que quiere entrar en la meditación: saber que está la eternidad detrás, adentro y delante de sí.
Antes de construir una iglesia es necesario ser piedra y sobre esta piedra (esta solidez imperturbable de la roca) Dios podría construir su Iglesia y hacer del cuerpo del hombre su templo. Así comprendía el sentido de la palabra evangélica: “Tú eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Se quedó así varias semanas. Lo más duro era pasar varias horas “sin hacer nada”. Era menester volver a aprender a estar, simplemente estar, sin objeto ni motivo. Meditar como una montaña era la meditación misma del Ser, “del simple hecho de Ser”, antes de cualquier pensamiento, cualquier placer o dolor.
El padre Serafín le visitaba cada día, compartía con él sus tomates y algunas aceitunas. A pesar de este régimen tan frugal, el joven parecía haber ganado peso. Su paso era más tranquilo. La montaña parecía haberle entrado en la piel. Sabía acoger su tiempo, acoger las estaciones, estar silencioso y tranquilo, a veces como la tierra árida y dura, otras veces como el flanco de una colina que espera la cosecha.
Meditar como una montaña había modificado igualmente el ritmo de sus pensamientos. Había aprendido a “ver” sin juzgar, como si diese a todo lo que crece en la montaña “el derecho de existir”.
Un día, unos peregrinos, impresionados por la calidad de su presencia, le tomaron por un monje y le pidieron la bendición. Al enterarse de esto, el padre Serafín comenzó a molerle a golpes… El joven empezó a gemir.
– Menos mal, creía que te habías hecho tan estúpido como los guijarros del camino… La meditación hesicasta tiene el enraizamiento, la estabilidad de las montañas, pero su objetivo no es hacer de ti un tocho muerto sino un hombre vivo.
Tomó al joven del brazo y le condujo hasta el fondo del jardín donde, entre las hierbas salvajes, se podían ver algunas flores.
– Ahora ya no se trata de meditar como una montaña estéril. Aprende a meditar como una amapola, aunque no olvides por eso la montaña.

Meditar como una amapola
Así fue como el joven aprendió a florecer.
La meditación es ante todo un cimiento y eso es lo que le había enseñado la montaña. Pero la meditación es también una “orientación” y es lo que ahora le enseñaba la amapola: volverse hacia el sol, volverse desde lo más profundo de sí mismo hacia la luz. Hacer de ello la aspiración de toda su sangre, de toda su savia.
Esta orientación hacia lo bello, hacia la luz, le hacía a veces enrojecer como una amapola. Aprendió también que para permanecer bien orientada, la flor debía tener el tallo erguido. Comenzó, pues, a enderezar su columna vertebral.
Esto le planteaba algunas dificultades porque había leído en ciertos textos de la filocalia que el monje debía estar ligeramente curvado, con la mirada vuelta al corazón y las entrañas.
Cuando pidió una explicación al padre Serafín, los ojos del staretz le miraron con malicia.
– Eso era para los forzudos de otros tiempos. Estaban llenos de energía y había que recordarles la humildad de la condición humana. Doblarse un poco el tiempo de la meditación no les hacía ningún daño… pero tú más bien tienes necesidad de energía y, por tanto, en el tiempo de la meditación, enderézate, estáte vigilante, ponte derecho vuelto hacia la luz, pero sin orgullo… Por otro lado, si observas bien la amapola, te enseñará no sólo el enderezamiento del tallo sino además una cierta flexibilidad bajo las inspiraciones del viento y también una gran humildad.
En efecto la enseñanza de la amapola consistía también en su fugacidad, en su fragilidad. Había que aprender a florecer pero también a marchitarse. El joven comprendía mejor las palabras del profeta: “Toda carne es como la hierba y su delicadeza es la de la flor de los campos. La hierba se seca, la flor se marchita… Las naciones son como una gota de agua de rocío en el borde de un cubo… Los jueces de la tierra apenas plantados, apenas arraigados…, se secan y la tempestad se los lleva como paja” (Is 40).
La montaña le había enseñado el sentido de la eternidad, la amapola le enseñaba la fragilidad del tiempo: meditar es conocer lo Eterno en la fragilidad del instante, un instante recto, bien orientado. Es florecer el tiempo en que se nos ha dado florecer, amar en el tiempo en que se nos ha dado amar, gratuitamente, sin por qué; puesto que ¿por qué florecen las amapolas?
Aprendía así a meditar “sin objeto ni beneficio”, por el placer de ser y de amar la luz. “El amor tiene en sí mismo su propia recompensa”, decía San Bernardo. “La rosa florece porque florece, sin por qué”, decía también Angelus Silesius.
– La montaña florece en la amapola, pensaba el joven, todo el universo medita en mí. Ojalá pueda enrojecer de alegría todo el tiempo que dure mi vida.
Este pensamiento era sin duda excesivo. El padre Serafín comenzó a sacudir a nuestro filósofo y de nuevo le cogió por el brazo.
Lo llevó por un camino abrupto hasta el borde del mar, a una pequeña cala desierta.
– Deja ya de rumiar como una vaca el sentido de las amapolas. Adquiere también el corazón marino. Aprende a meditar como el océano.

Meditar como el océano
El joven se acercó al mar. Había adquirido un buen cimiento y una orientación recta; estaba en buena postura. ¿Qué le faltaba? ¿Qué podía enseñarle el chapoteo de las olas?. El viento se levantó. El flujo y reflujo del mar se hizo más profundo y eso despertó en él el recuerdo del océano. En efecto, el viejo monje le había aconsejado meditar “como el océano” y no como el mar. Cómo había adivinado que el joven había pasado largas horas al borde del Atlántico, sobre todo de noche, y que conocía ya el arte de poner de acuerdo su respiración con la gran respiración de las olas. Inspiro, expiro… y luego soy inspirado, soy expirado. Me dejo llevar por el soplo como alguien que se deja llevar por las olas. Hacía el muerto, llevado por el ritmo de las respiraciones del océano. Eso le había conducido a veces al borde de extraños desvanecimientos.
Pero la gota de agua, que en otro tiempo “se desvanecía en el mar” guardaba hoy su forma, su consciencia. ¿Era efecto de su postura?, ¿de su enraizamiento en la tierra?. Ya no era el ritmo profundizado de su respiración quien le llevaba. La gota de agua conservaba su identidad y sin embargo sabía “ser una” con el océano. De este modo el joven aprendió que meditar es respirar profundamente, dejar ir el flujo y reflujo del aliento.
Aprendió igualmente que aunque hubiese olas en la superficie, el fondo del océano seguía estando tranquilo. Los pensamientos van y vienen, nos llenan de espuma, pero el fondo del ser permanece inmóvil. Meditar a partir de las olas que somos para perder pie y echar raíces en el fondo del océano. Todo esto se hacía cada día un poco más vivo en él y se acordaba de las palabras de un poeta que le habían impresionado en su adolescencia: “La existencia es un mar lleno de olas que no cesan. De este mar la gente normal sólo percibe las olas. Mira cómo de las profundidades del mar aparecen en la superficie innumerables olas mientras que el mar queda oculto en ellas”.
Hoy el mar le parecía menos “oculto en la olas”, la unidad de las cosas parecía más evidente sin que esto aboliera la multiplicidad. Tenía menos necesidad de oponer el fondo y la forma, lo visible y lo invisible. Todo constituía el océano único de su vida.
En el fondo de su alma, ¿no estaba el ruah, el pneuma , el gran soplo de Dios?
– El que escucha atentamente su respiración, le dijo entonces el monje Serafín, no está lejos de Dios. Escucha quién es, ahí, al final de tu expiración, quién está en el origen de tu inspiración.
En efecto, había momentos de silencio más profundos entre el flujo y reflujo de las olas, había allí algo que parecía llevar en sí el océano.

Meditar como un pájaro
– Estar sobre un buen cimiento, estar orientado hacia la luz, respirar como un océano no es todavía la meditación hesicasta, le dijo el padre Serafín; ahora debes aprender a meditar como un pájaro.
Y le llevó a una pequeña celda cercana a su eremitorio donde vivían dos tórtolas. El arrullo de los dos animalitos le pareció de momento encantador pero no tardó en ponerle nervioso. Parece que escogían el momento en que caía dormido para arrullarse con las palabras más tiernas. Preguntó al viejo monje qué significaba todo aquello y si esa comedia iba a durar mucho. La montaña, la amapola, el océano, podían pasar (aunque uno pueda preguntarse qué hay de cristiano en todo ello), pero proponerle ahora este pájaro lánguido como maestro de meditación era demasiado.
El padre Serafín le explicó que en el Antiguo Testamento la meditación se expresa con la raíz traducida en general al griego por m‚l‚t‚ – meletan – y en latín por meditari-meditatio. En su forma primitiva la raíz significa “murmurar a media voz”. Igualmente se emplea para designar gritos de animales, por ejemplo el rugido del león (Is 31,4), el piar de la golondrina y el canto de la paloma (Is 38,14), pero también el gruñido del oso.
– En el monte Athos no hay osos. Por eso te he traído junto a una tórtola, pero la enseñanza es la misma. Hay que meditar con la garganta, no sólo para acoger el aliento, sino para murmurar el nombre de Dios día y noche… Cuando eres feliz, casi sin darte cuenta canturreas, murmuras a veces palabras sin significado y ese murmullo hace vibrar todo tu cuerpo con una alegría sencilla y serena. Meditar es murmurar como una tórtola, dejar subir ese canto que viene del corazón, como tú has aprendido a dejar que suba a ti el perfume de la flor… Meditar es respirar cantando. Sin quedarnos mucho en su significado, te propongo que repitas, murmures, canturrees lo que está en el corazón de todos los monjes del monte Athos: “Kyrie eleison, Kyrie eleison… “
Esto no le gustaba mucho al joven filósofo. En algunas bodas o entierros lo había oído traducido por: “Señor, ten piedad”.
El monje se puso a sonreír:
– Sí, es uno de los significados de esta invocación, pero hay otros muchos. Quiere decir también “Señor, envía tu Espíritu”, “que tu ternura esté sobre mi y sobre todos”, “que tu nombre sea bendito”, etc, pero no busques demasiado el sentido de la invocación. Ella se te revelará por sí misma. De momento sé sensible y estate atento a la vibración que despierta en tu cuerpo y en tu corazón. Procura armonizarla apaciblemente con el ritmo de tu respiración. Cuando te atormenten tus pensamientos recurre suavemente a esta invocación, respira más profundamente, mantente erguido y conocerás el comienzo de la hesiquia, la paz que da Dios sin engaño a los que le aman.
Al cabo de algunos días el “Kyrie eleison” se le hizo más familiar. Le acompañaba como el zumbido acompaña a la abeja cuando hace la miel. No lo repetía siempre con los labios. El zumbido se hacía entonces más interior y su vibración más profunda.
El “Kyrie eleison”, cuyo sentido había renunciado a “pensar”, le conducía a veces al silencio desconocido y se encontraba en la actitud del apóstol Tomás cuando descubrió a Cristo resucitado: “Kyrie eleison”, mi Señor es mi Dios.
La invocación le llevaba poco a poco a un clima de intenso respeto por todo lo que existe. Pero también de adoración por lo que está oculto en la raíz de toda existencia.
El padre Serafín le dijo entonces:
– Ya no estás lejos de meditar como un hombre. Tengo que enseñarte la meditación de Abraham.

Meditar como Abraham
Hasta aquí la enseñanza del staretz era de orden natural y terapéutico. Según el testimonio de Filón de Alejandría, los antiguos monjes eran “terapeutas”. Más que conducir a la iluminación, su papel consistía en curar la naturaleza; ponerla en las mejores condiciones para que pudiera recibir la gracia, que no contradecía la naturaleza sino que la restauraba y cumplía. Es lo que hacía el monje con el joven filósofo enseñándole un método de meditación que algunos podrían llamar “puramente natural”. La montaña, la amapola, el océano, el pájaro, eran otros tantos elementos de la naturaleza que recuerdan al hombre que debe ir más lejos, recapitular los diferentes niveles del ser o incluso los diferentes reinos que componen el macrocosmos: el reino mineral, el reino vegetal, el reino animal…
A menudo el hombre ha perdido el contacto con el cosmos, con la roca, con los animales y esto ha provocado en él desazones, enfermedades, inseguridades, ansiedad. La persona humana se siente “de más”, extranjera en el mundo. Meditar era comenzar a entrar en la meditación y la alabanza del universo porque, como dicen los Padres, “todas las cosas saben rezar entes que nosotros”. El hombre es el lugar en que la oración del mundo toma consciencia de ella misma; está para nombrar lo que balbucean las criaturas. Con la meditación de Abraham entramos en una consciencia nueva y más alta que se llama fe, es decir, la adhesión de la inteligencia y del corazón en ese “tú” que se transparenta en el tuteo múltiple de todos los seres.
Esa es la experiencia de Abraham: detrás del titilar de las estrellas hay algo más que estrellas, una presencia difícil de nombrar, que nada puede nombrar y que sin embargo posee todos los nombres.
Es algo más que el universo y que sin embargo no puede ser aprehendido fuera del universo. La diferencia que hay entre el azul del cielo y el azul de una mirada, más allá de todos los azules. Abraham iba a la búsqueda de esa mirada.
Después de haber aprendido el cimiento, el enraizamiento, la orientación positiva hacia la luz, la respiración apacible de los océanos, el canto interior, el joven estaba invitado a despertar el corazón. “He aquí que de repente tú eres alguien”.
Lo propio del corazón es, en efecto, personalizarlo todo y en este caso, personalizar al Absoluto, la fuente de todo lo que es y respira, nombrarlo, llamarle “mi Dios, mi Creador” e ir en su Presencia. Para Abraham meditar es mantener bajo las apariencias más variadas el contacto con esta Presencia. Esta forma de meditación entra en los detalles concretos de la vida cotidiana. El episodio de la encina de Mambré nos muestra a Abraham “sentado a la entrada de la tienda, en lo más cálido del día”; allí acogerá a tres extranjeros que van a revelarse como enviados de Dios. Meditar como Abraham, decía el padre Serafín, es “practicar la hospitalidad: el vaso de agua que das al que tiene sed, no te aleja del silencio con que te acerca a la fuente. Meditar como Abraham, ya lo entiendes, no sólo despierta en ti paz y luz sino también el amor por todos los hombres”. El padre Serafín leyó al joven el famoso pasaje del libro del Génesis en que se trata de la intercesión de Abraham.
“Abraham estaba delante de Yahvé… se acercó y le dijo: ¿Vas a suprimir al justo con el pecador? ¿Acaso hay cincuenta justos en la ciudad y no perdonarás a la ciudad por los cincuenta justos que hay en su seno…?” Poco a poco Abraham fue reduciendo el número de los justos para que Gomorra no fuera destruida. “Que mi Señor no se irrite y hablaré una vez más: ¿Acaso se encontrarán Diez?” (Gen 18,16)
Meditar como Abraham es interceder por la vida de los hombres, no ignorar su corrupción pero sin embargo no desesperar jamás de la misericordia de Dios.
Este estilo de meditación libera el corazón de cualquier juicio y condena, en todo tiempo y lugar. Aunque sean muchos los horrores que pueda contemplar, llama al perdón y a la bendición.
Meditar como Abraham lleva aún más lejos. Las palabras pugnaban por salir de la garganta del padre Serafín, como si quisiera ahorrar al joven una experiencia por la que él mismo había debido pasar y que despertaba en su memoria un temblor casi sutil… esto puede llevar hasta el sacrificio… y le citó el pasaje del Génesis en que Abraham se muestra dispuesto a sacrificar a su propio hijo Isaac:
– Todo es de Dios, murmuró el padre Serafín, Todo es de El, por El y para El. Meditar como Abraham te lleva a una total desposesión de ti mismo y de lo que te es más querido… Busca lo que valoras más, lo que identifica tu yo… Para Abraham era su hijo único. Si eres capaz de esta donación, de ese abandono moral, de esa confianza infinita en lo que trasciende toda razón y todo sentido común, todo te será devuelto centuplicado. “Dios proveerá”.
Meditar como Abraham es adherirse por la fe a lo que trasciende el universo, es practicar la hospitalidad, interceder por la salvación de todos los hombres. Es olvidarse de uno mismo y romper los lazos más legítimos para descubrirnos a nosotros mismos, a nuestros prójimos y al universo habitado por la infinita presencia del “Único que es”.

Meditar como Jesús
El padre Serafín se mostraba cada vez más discreto. Notaba los progresos que hacía el joven en su meditación y oración. Varias veces le había sorprendido con el rostro bañado en lágrimas, meditando como Abraham e intercediendo por los hombres:
– Dios mío, misericordia. ¿Que será de los pecadores?.
Un día, el joven fue hacia él y le preguntó:
– Padre ¿por qué no me hablas nunca de Jesús? ¿Cómo era su oración, su forma de meditar?. En la liturgia y en los sermones sólo se habla de él. En la oración del corazón, tal como se describe en la filocalia, hay que invocar su nombre. ¿Por qué no me dices nada de eso?.
El padre Serafín pareció turbarse, como si el joven le preguntara algo indecente, como si tuviera que revelar su propio secreto. Cuanto más grande es la revelación recibida, más grande debe ser nuestra humildad para transmitirla. Sin duda no se sentía tan humilde:
– Eso sólo el Espíritu Santo te lo puede enseñar. «Quién es el Hijo lo sabe sólo el Padre; quién es el Padre, lo sabe sólo el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Lc 10, 22). Tienes que hacerte hijo para rezar como el Hijo y tener, con quien él llama su Padre, las mismas relaciones de intimidad que él, y esto es obra del Espíritu Santo. El te recordará todo lo que Jesús ha dicho. El evangelio se hará vivo en ti y te enseñará a rezar como hay que hacerlo.
El joven insistió:
– Pero dime algo más.
El viejo sonrió:
– Ahora, lo que mejor podría hacer sería gemir, pero tú lo tomarías como un signo de santidad; por lo tanto mejor será decirte las cosas con sencillez. Meditar como Jesús recapitula todas las formas de meditación que te he transmitido hasta ahora.
Jesús es el hombre cósmico… sabía meditar como la montaña, como la amapola, como el océano, como la paloma. Sabía meditar como Abraham. Su corazón no tenía límites, amando hasta a sus enemigos, sus verdugos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Practicando la hospitalidad con los que se llamaban enfermos y pecadores, los paralíticos, las prostitutas, los colaboracionistas… Por la noche se retiraba a orar en secreto y allí murmuraba como un niño “abba”, que quiere decir “papá”…
Esto puede parecer insignificante, llamar “papá” al Dios trascendente, infinito, innombrable, más allá de todo. El cielo y la tierra se acercan terriblemente. Dios y el hombre se hacen una sola cosa… quizás hace falta que alguien te haya llamado “papá” en la oscuridad para comprenderlo… Pero tal vez hoy estas relaciones íntimas de un padre y una madre con su hijo ya no signifiquen nada. Quizás sea una mala imagen. Por eso yo prefería no decirte nada, no usar imágenes y esperar a que el Espíritu Santo pusiera en ti los sentimientos y el conocimiento de Jesucristo para que ese “abba” no saliera de la punta de los labios sino del fondo de tu corazón. Ese día empezarás a comprender lo que es la oración, la meditación de los hesicastas.
Ahora vete.
El joven se quedó algunos días más en el monte Athos. La oración de Jesús le llevaba a los abismos, a veces al borde de una cierta “locura”. “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”, podía decir con san Pablo. Delirio de humildad, de intercesión, de deseo de que “todos los hombres se salven y lleguen al pleno conocimiento de la verdad”. Se hacía amor, se hacía fuego. La zarza ardiente ya no era para él una metáfora sino una realidad: “Ardía pero sin consumirse”. Fenómenos extraños de luz visitaban su cuerpo. Algunos decía que le había visto andar sobre el agua o estar inmóvil a treinta centímetros del suelo…
Esta vez el padre Serafín se puso a gemir:
– Ya está bien! Ahora vete.
Y le pidió que dejara Athos, que volviera a su casa y que viese allí lo que quedaba de esas bellas meditaciones hesicastas.
El joven se fue. Volvió a su país. Lo encontraron más delgado y no vieron nada espiritual en su barba, más bien sucia, ni en su aspecto más bien descuidado… Pero la vista de su ciudad no le hizo olvidar la enseñanza de su staretz.
Cuando estaba muy agobiado, sin nada de tiempo, se sentaba como una montaña en la terraza del café.
Cuando sentía en él orgullo o vanidad, se acordaba de la amapola (“toda flor se marchita”) y de nuevo su corazón se volvía hacia la luz que no pasa nunca.
Cuando la tristeza, la cólera, el disgusto, invadía su alma, respiraba profundamente, como un océano, volvía a tomar aliento en el soplo de Dios, invocaba su nombre y murmuraba: “Kyrie Eleison”.
Cuando veía el sufrimiento de los seres humanos, su maldad y su impotencia para cambiar nada, se acordaba de la meditación de Abraham.
Cuando le calumniaban, cuando decían de él todo tipo de infamias, era feliz meditando con Cristo…
Exteriormente era un hombre como los demás. No intentaba tener “aire de santo”…
Había olvidado incluso que practicaba el método de oración hesicasta; simplemente intentaba amar a Dios cada momento y caminar en su presencia.

Cfr. https://www.abandono.com/maestros/el-metodo-de-oracion-hesicasta/

miércoles, 16 de mayo de 2018


SIMPOSIO: LOS GIGANTES DE LA TEOLOGÍA SERBIA: EL METROPOLITANO AMFILOHIJE Y EL OBISPO ATANASIJA
14 de mayo de 2018


La décima reunión científica del Jubileo "Teología serbia hoy" se llevará a cabo en la Facultad de Teología Ortodoxa en Belgrado el martes 15 de mayo, titulada "La fe y el pensamiento en el vórtice del tiempo - Theological and Archdiocese of Metropolitan Amfilohije and Bishop Atanasije".

La ocasión del Simposio de este año es la celebración de los 80 años del Prof. Prof. Dr. Amfilohija Radovic, Mitropolitano de Montenegro y el Litoral y prof. Dr. Atanasi Jevtić, Obispo retirado de Zahumsko-Herzegovinian y profesor emérito.

Al anunciar el simposio de este año, el asistente de PBF Andrej Jeftić dijo a Radio Svetigor que la reunión científica "Teología serbia de hoy" desde su creación siempre ha proporcionado una buena muestra representativa para el estado actual de la teología serbia en el año en curso.
Ella señala que, con motivo del décimo aniversario de la existencia, la Asamblea decidió este año centrarse en los dos arzobispos y grandes teólogos serbios Mitropolita Amfilohije y el obispo Atanasija.
Dejaron una gran marca en nuestra facultad donde ambos enseñaron, fueron decanos en dos ocasiones. Ellos formaron esta tradición de la Facultad de Bogoslovija, que todavía estamos nutriendo y estamos agradecidos por hoy, dijo Jeftic, agregando que 12 eminentes teólogos, filósofos, teóricos de la literatura, como el Profesor Dr. Milo Lompara y el Dr. Mikonje Knezevic participarán en la reunión.
Señala que este 10 ° Encuentro Científico "The Serbian Theology Today" dedicado a la obra teológica y arzobispal de Metropolitano Amfilohije y al Obispo Atanasije es histórico y significativo para nuestra iglesia y ha invitado a todos a aumentar y contribuir a su exitoso trabajo con su presencia.
Asistente en PBF Andrej Jeftić fue el invitado de Radio Svetigore. Puede escuchar el registro de audio de la conversación con Pavle Bozovic con Jeftić en la siguiente dirección:
https://svetigora.com/ukljucenje-iz-beograda-profesor-pbf-a-andrej-jevtic-o-10-naucnom-skupu-srpska-teologija-danas/

martes, 15 de mayo de 2018

Troparios / Contaquios 14 de  Mayo / 1ro mayo


Tropario Santo Profeta Jeremías,  Tono II:
Celebrando la memoria de Tu profeta Jeremías Oh Señor, // a través de él te suplicamos, salva nuestras almas.
Contaquio, Tono III:
Habiendo limpiado tu radiante corazón con el Espíritu, / ¡Oh glorioso Jeremías, gran profeta y mártir! /, Recibiste de lo alto el don de la profecía / y clamaste en voz alta entre las tierras: "¡He aquí nuestro Dios! // No hay otro comparable con Él, Quien ha aparecido, encarnado, en la tierra! "


Nuevos mártires Eutimio, Ignacio (1814) y Acacio el serbio del Monte Athos (1815)

Los tres eran monjes en el Monte Athos. Los tres habían renunciado a Cristo en su juventud y habían abrazado el Islam, pero se habían arrepentido y volvieron a la vida cristiana con fervor. Los tres, en diferentes momentos, regresaron a Constantinopla y se declararon cristianos, condenándoseles  a muerte por la ley islámica. La pobre y piadosa madre de Acacio le dijo: "Como voluntariamente negaste al Señor, entonces ahora debes recibir voluntaria y valientemente el martirio por nuestro dulce Jesús". Los tres fueron decapitados en Constantinopla. Las reliquias sagradas de los tres se guardan en el Skete del Venerable Precursor en la Montaña Sagrada, donde habían sido monjes.

Tropario Mártires Eutimio, Ignacio y Acacio, en Tono I :
Igual en número con la Trinidad no creada, oh sabios, / con los coros de los ángeles y las filas de los mártires / ustedes en pie, se regocijan, ante el trono de la Divinidad; / por lo tanto, recibiendo su resplandor a través de la comunión, imparten a los fieles  una fuente de sanidad e iluminación divina. O Eutimio, mártir de Cristo,  sabio Ignacio y piadoso Acacio, rueguen siempre a nuestro favor.
Contaquio, en Tono IV :
oh Cristo. la nueva celebración de los tres portadores de la pasión se ha mostrado hoy a la Iglesia, iluminando con plenitud, como faros de los ortodoxos.


Tropario Santa Tamara, reina de Georgia ,  Tono I:
Habiendo servido diligentemente al Rey de reyes en la tierra, Oh Tamara, / reina de gran renombre, / has entrado con honor a la Jerusalén celestial / y has traído a Cristo tu gloria como un regalo; / por lo tanto, celebrando y uniéndote al coro celestial, / incesantemente con alegría clamamos: / ¡Gloria a Aquel que te ha dado gloria! / ¡Gloria a Aquel que te ha coronado! // ¡Gloria a Aquel que obtiene toda la plenitud del perdón por tu intercesión!
Contaquio, Tono IV:

¡Prepárate, oh Jerusalén celestial! / ¡Abre tus puertas, oh Edén! / ¡Únete al coro, coros de los justos! / ¡Pueblo de Iberia celebra el festival! / Y tú, oh santa Nina, saluda a la gloriosa Tamara / quién llega hoy al reino de los cielos // para ser coronada por la mano de Dios!

MILAGROS DE SANTA MATRONA EN NUESTROS DÍAS
Historias de cartas a los editores de Pravoslavie.ru

En vísperas de la festividad de Santa Matrona de Moscú, el sitio ruso Pravoslavie.ru pidió a sus lectores que compartieran algunas de sus historias sobre la ayuda milagrosa que recibieron de la santa en sus propias vidas.

Mikhail:
"¡Por supuesto que ella me ayudó, y no solo una vez!"

Los momentos más importantes en mi vida:
A través de sus oraciones sagradas, obtuve mi propio apartamento en mi región favorita de Moscú (había una posibilidad real de tener que mudarme a otro extremo de la ciudad).
- Encontré un muy buen trabajo, el trabajo de mis sueños (esto fue hace doce años, ¡pero todavía estoy trabajando aquí!).
-Matushka Matrona me ayudó a encontrar a mi esposa. Conocí a una chica maravillosa, y empezamos a salir. Pero estaba atormentado por las dudas: ¿y si el Señor realmente no la hubiera enviado a mí, y yo acabara de creer que es una ilusión­­­?. En sueños sentí su invitación: ¡Tienes que evitar las cruces hechas por ti mismo!
Salí a dar un paseo durante uno de nuestros almuerzos y oré a Matrona para que me guiara. Y cuando doblé la esquina, prácticamente me encontré cara a cara con mi futura esposa. Resultó que ella acababa de regresar del Convento Pokrov [donde están las reliquias de Santa Matrona], donde estaba orando por lo mismo por lo que estaba orando yo.
¡De hecho, la bendita Matrona es mi santa favorita y querida!

Ekaternia Doroshenkova
"Rosas secas que se regeneraron".

Hola, hermanos y hermanas. Me gustaría contarte la historia de un milagro. Mi madre me lo contó. En 2012, una partícula de las reliquias de Santa Matrona de Moscú fue traída a nosotros en Krasnoyarsk [Siberia]. La gente esperó en fila durante varias horas para venerar sus reliquias. Mientras hacía cola, mi madre escuchó esta historia de una enfermera que trabajaba en la sala de oncología. Esta enfermera ha venerado a Santa Matrona durante mucho tiempo, le reza y ha estado varias veces en su relicario en el Convento de Moscú en Pokrov.
En su barrio había una paciente joven en un estado muy delicado; ella se estaba muriendo, y tenía dos niños pequeños. Esta enfermera sintió mucha pena por ella. En ese momento ella tuvo la oportunidad de ir a Moscú y venerar las reliquias de Santa Matrona, donde rezó por esta mujer.

En el convento le dieron algunas rosas secas que fueron bendecidas con las reliquias del santo, y ella se las llevó a la mujer moribunda. En el tren (tarda cuatro días enteros en viajar en tren) ocurrió un milagro: la rosa seca comenzó a regenerarse. Y cuando llegó a casa y le dio las rosas a la paciente, u ella fue sanada.
¡Maravillosas son tus obras, oh Señor! ¡Santa y Bendita Matrona, ruega a Cristo por nosotros!

Nuevos Santos de la Iglesia Serbia


En la sesión, del (28 de abril) 10 de mayo, el Santo Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Serbia ha determinado canonizar a tres santos mártires.

La canonización oficial de los Santos Gregory de Peć, Vasilije de Peć, y Bosiljka Rajičić .


San Gregorio de Peć (siglos XVII-XVIII) fue un joven monje del monasterio del Patriarcado de Peć. Fue martirizado después de negarse a convertirse al Islam. Los milagros comenzaron a tener lugar en el lugar donde fue sepultado en secreto por cristianos fieles y luego se construyó una pequeña iglesia en el sitio. Las autoridades ateas demolieron la iglesia y construyeron un instituto a mediados del siglo XX, aunque las reliquias incorruptas del mártir fueron descubiertas durante la demolición de la iglesia. Su fiesta se celebrará el (22 de enero) 7 de febrero.

San Vasilije de Peć (siglo XVII) trabajó como panadero en la ciudad de Peć. Cuando los albaneses secuestraron a su hija, resolvió interceder por su honor y les rogó que no la convirtieran al Islam. Los albaneses lo golpearon severamente con una cimitarra y lo dejaron morir. Su lugar de sepultura fue venerado por los ortodoxos, que más tarde construyeron una iglesia en el lugar, aunque los turcos pronto la demolieron. Su tumba fue finalmente destruida durante las hostilidades en Kosovo y Metohija en 1999. Su memoria se celebrará el (29 de abril) 12 de mayo.


Bosiljka Rajičić (s. XVIII) Tenía 17 años cuando los albaneses la secuestraron. Ella se negó rotundamente a casarse con un albanés y convertirse al Islam, y soportó toda clase de tormentos. Luego la sacaron de la aldea y la despedazaron, y se prohibió a sus parientes enterrar sus restos. Entre la gente, el lugar de su muerte se hizo conocido como "La tumba de la niña", y un fresco de ella pronto apareció en el monasterio de Peć.  Su memoria se celebrará el (13) 26 de octubre.